Visite ''Un tributo al chueco...''
     
Museo, Nivel 3
 Coupé Ford (Oscar Alfredo Galvez)  
 Fotografia
La Coupe Ford de Oscar Galvez, todo un simbolo del automovilismo Argentino
 
 
 
Esta visita fue realizada el 09/12/2000. Por razones de espacio, la fundacion se ve en la obligacion de "rotar" el material exibido dentro del museo, pudiendo no ser el mismo en vuestra proxima visita a Balcarce.  
 
 Fotografia Historica
Oscar Galvez y su Coupe Ford
 
 
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 1939 Gran Premio Extraordinario
 Fotografia
Lole posando junto a la maquina de su idolo, Oscar Galvez.
 
 
 Reseña Historica
 
Nota: El Aguilucho Un hombre poco común
Diario: La Nacion, sección Deportes
Fecha de publicación: 10/01/2000
Autor: Alfredo Parga

Una auténtica leyenda 
El Aguilucho 
Un hombre poco común
Por Alfredo Parga Especial para La Nación 

La estampa de Oscar Alfredo Gálvez, uno de los pilotos argentinos más exitosos, después de diez años de ausencia, aparece más trascendente y rotunda que nunca

El 16 de diciembre de 1989 llegaba el final para Oscar Alfredo Gálvez, víctima de un cáncer de páncreas. Pasaron más de diez años. ¿Y qué? Inexorablemente, a uno lo asaltan mil preguntas cuyas respuestas conoce desde siempre. Y las vuelve a resolver como antes. Como entonces. 
¿Qué cosa admirar más en Oscar? ¿Su tenacidad? ¿Su vergüenza? ¿Su entrega? 
De buenas a primeras salta que Oscar fue un luchador que no se dio nunca por vencido. Hasta el código de su actitud con la gente lo impulsaba a terminar una carrera -cualquier carrera- llegando a todas partes y en la posición más imposible. Simplemente porque la gente lo esperaba. Como aquella noche de Tucumán, cuando hombres, mujeres y chicos se mojaban indiferentes para recibirlo entusiasmados cuando ya habían dado las diez. Es que se sabía que Oscar no decepcionaba a la gente. 
Así nomás. Un tiempo feliz cuando de por medio no se operaba con la moneda de la hipocresía y la victoria era una propuesta a la que sólo se podía acceder con genuina capacidad. 
¿Su idoneidad? ¿Su conocimiento? ¿Su particular estrategia? 
La gente todavía no lo había identificado plenamente, agostándose los años cuarenta cuando alguna petulancia parecía ser la forma que él adoptaba para formular sus juicios. ¿Fanfarrón? Oscar no desconocía que muchos creían encontrarse con un vanidoso de marca mayor. Listo para declaraciones huecas sobre posibles, pero improbables triunfos que nunca alcanzaría. Y no. 
Oscar decía que los iba a dejar atrás a todos. Y lo hacía. Como cuando en el GPdel Norte se descolgaba por las montañas de una América joven, impulsando al fatigado crítico Pedro Fiore a calificarlo como un "Aguilucho", por aquello que explicaba hasta enfervorizado:"Oscar se adelantó a 29 coches corriendo por lugares en los que únicamente puede avanzar una máquina. Ha debido volar para dejarlos atrás. No es un hombre común". 
Y en la Buenos Aires que todavía sacudía la modorra de sus siestas con los chirridos de tranvías sosegados, aquel muchacho de voz cascada y manos que movía como aspas de molino, creaba cuidadosamente una imagen que no era sobredimensionada. No se trataba de un corredor común. Podía volar con su auto. No había ningún otro capaz de hacerlo... 
¿El camino o la pista? Oscar se sentía más a gusto en el camino. Es que el camino le permitía echar a volar una de sus más formidables armas:la improvisación. Oscar improvisaba a mil kilómetros por hora. Y, en una de esas, recurría a un pedazo de madera para reforzar un diferencial desvencijado para que su coche, aunque arrastrándose, llegara al final de un camino donde sin protocolos ni privilegio de posiciones, se lo esperaba siempre. 
El, corriendo, únicamente corría contra él. 

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Con los demás, competía. Y sin reparar ni en pelos ni en marcas, ofrecía el precioso regalo de su opinión. Marcos Ciani, que se zafaba dos veces de la muerte, y que hoy se ayuda con un bastón para seguir siendo aquel imponente muchacho de Venado Tuerto, no necesita de remilgo alguno para recordar cuando llegaba desanimado a Buenos Aires sabiendo que su Chevrolet "apenas" tenía 160 kilómetros de velocidad final. Creyendo que tal cosa no servía. 
Marcos se presentaba torpemente al estrechar la mano de aquel muchacho diplomado en la universidad de un taller mecánico porteño, leyendo en sus ojos grises la sinceridad. 
Le confesaba su desaliento. Oscar lo interrumpía. Colocaba una de sus nerviosas manos en el alto hombro de Marcos, le apuntaba a los ojos y dejaba caer sin solemnidad alguna:"Mirá, si vos tenés 160 en tu auto, ganás. Los que hablan de velocidades fantásticas, únicamente las tienen en sus sueños. Esos coches quedarán atrás del tuyo. Hasta el mío..." 
Ciani no necesita repasar ninguna historia para saber que aquel juicio resultaría verdad absoluta. Y desde la formal seriedad que acompaña al inmenso hombre que dos veces estuvo en tratos con la señora definitiva, redondea:"Para hablar de Oscar, yo me pongo de pie". Y lo hace hoy mismo, cuando el bastón le presta auxilio para levantar su imponente humanidad en un conmovedor homenaje. Hoy, todavía... 

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¿La pista? Oscar estuvo más cerca que el propio Fangio de correr en Europa. Y antes. El destino, ese poder indescifrable para el entendimiento de la gente común, iba a disponer que el introductor de Oscar en Europa, Achille Varzi, se matara en Berna, en 1948, a menos de 80 km/h. El viejo ídolo golpeaba con la cabeza contra el instrumental de su Alfetta;se abría un corte en la frente y Varzi aparecía como un muñeco roto definitivamente. 
Gálvez, que lo vería todo, lamentaría siempre la pérdida de Varzi como la de quien lo había entusiasmado corriendo coches especiales. Oscar no se lamentaría nunca cuando advertía que aquella puerta que estaba abriendo en Europa, se cerraba con el mismo ruido con el que golpeaba la tapa del ataúd de Varzi, mientras Italia se abrumaba con un silencio conmovedor. 
Y no se ufanaría nunca de ser el primero que conseguía derrotar a los pilotos extranjeros en febrero de 1949, cuando con el pesado Alfa 3.8 iba cazando a todos sus adversarios, uno por uno, para ganarles debajo de una lluvia que encharcaba los vericuetos del asombrado bosque de Palermo. 
El propio Juan Manuel Fangio definiría con el tradicional ingenio de lúcido paisano:"Oscar nos demostraba que los europeos no eran súper hombres. Que se les podía ganar". El hombre de Balcarce haría después otro tanto, hasta el cansancio. 

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¿Maestro? Héctor "Pirín" Gradassi,bajo el suave techo azul del cielo de Córdoba, desprende con parsimonia sus palabras. La mirada perfora los cristales de sus anteojos, revisándolo todo mientras ordena:"Hacía las veces de asesor en el equipo Ford y lo escuchábamos cuando se lo pedíamos. Tenía una habilidad notable para no cansarnos con sus viejas glorias ni enseñarnos nada que no supiéramos. Un tacto especial. Cuando con Nasif (Estéfano) o Traverso necesitábamos de él, lo teníamos. Ahí, sí. Para orientarnos mejor por un camino que él había hecho mucho antes". 
Gradassi esbozará una liviana sonrisa al precisar: "Recuerdo cómo saltaba sobre una mesa para hacer flexiones cuando algún despistado ponía en duda que siguiera siendo el mismo Oscar que todos habían conocido muchos años antes". 
Gradassi, pronto a ser un hombre de consulta en su provincia, sólo tiene respeto por Oscar. Una moneda que no es de uso frecuente en este tiempo de "toma y daca", con facturas que se emiten sin recibo alguno. 
El tiempo es un insobornable testigo. Permite separar la paja del trigo. Gradúa a los hombres por lo que realmente valieron y no por lo que los hombres creían valer. Se conmovía cuando le daba su nombre al autódromo. Apenas vacilaba cuando se recordaba el polémico remate de "La Caracas". 
No levantaba la voz para seguir afirmando que él había ganado la carrera, pero aceptaba el fallo de los hombres que después de ser sus jueces, terminaban siendo sus amigos. 
Se marchó a media mañana del 16 de diciembre de 1989. Pasaron más de diez años. ¿Y qué? 

Una clásica actitud 

Pepe Diez era, en aquel entonces -década del 60-, un joven impulsivo que conducía el vehículo que la empresa le entregaba para acompañar las alternativas del Gran Premio. Y para que Ford informara con exactitud sobre las contingencias que otorgaba la gran carrera. 
Hubo una vez que, llevado un poco por la impericia y otro tanto por su entusiasmo, aquel vehículo, con Pepe en el volante y Oscar a su lado, en el inusual rol de acompañante, volcaba en un arisco retome de la ruta de la Gran Carrera. 
Pepe, cuando se restablecía la normalidad en la postura del abollado automóvil, mientras el polvo del tumbo todavía galopaba alterado, sentía que aquello podía tener consecuencias nada favorables en su carrera administrativa. 
Oscar, adivinándolo, sonreía y encontraba la solución casi sin inmutarse. "No te aflijas, pibe. Vos decí que yo manejaba cuando volcamos y listo. Tengo tantos de éstos que uno más... ¿qué importa? 
Desde Madrid, Pepe Diez recuerda hoy la formidable actitud, por primera vez desempolvada. Y renueva permanentemente su agradecido homenaje. 
Así era Oscar. 

Por Alfredo Parga Especial para La Nación 
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 Oscar Alfredo Gálvez
Oscar Galvez y su Coupe Ford
 
 

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