La primera vez que una Ferrari
derrotó a las Alfetta
Silverstone
fue muy simple
Por Alfredo Parga Especial
para La Nación
Fecha de publicación
13.10.2000
José Froilán
González es un expositor que sabe lo que dice, y recuerda puntualmente
la inolvidable victoria del equipo de Maranello en 1951 sobre su gran rival;
su talento le permitió lograr la hazaña
Con la irresistible fuerza
de argumentos invulnerables, José Froilán González
me explica pacientemente. "Te voy a dar la justa. La cuestión deportiva,
a veces, tiene que ver con razones que vienen desde muy lejos. En el automovilismo
deportivo, lo de Alfa Romeo tenía estrecha relación con la
Italia rica. Con lo mejor de las clases sociales, la de los títulos.
La de la pompa bien entendida. Alfa Romeo era Milán.
"Ferrari venía a
ser un producto laborioso de la Italia que estiraba cada lira como chicle
para poder subsistir. Ferrari era Módena. Compará. Por ese
camino es posible encontrar el significado que tuvo la victoria que yo
conseguí por el campeonato mundial de conductores en 1951, sobre
la Alfetta. La primera de Ferrari.
"¿Cómo era
posible que un auto construido en la Italia de la necesidad, de la carencia,
derrotara a un producto noble, afamado internacionalmente como lo era la
Alfetta?"
Como inconscientemente,
se acaricia el pecho. Es que Don Pepe, un par de meses atrás y a
punto de viajar a Europa por el jubileo de la F1 en Inglaterra, sintió
fuertes dolores en el pecho. Meticuloso como es, este paisano de La Colonia,
un paraje ubicado entre Arrecifes y Salto, consultó con su médico.
Estaba obstruido un puente del "servo" que lo asiste desde hace años
para ayudar a su corazón. "Los médicos abrieron, descongestionaron
la cosa y después yo tuve que ayudar quedándome quieto y
sin hacer locuras unas semanas. Me perdí el viaje, pero no importa.
Ahora, si la radiografía que me acabo de hacer lo manda, reforzarán
el sistema con una pila que creo que se cambia cada año y Dios querrá,
tal vez, que yo siga hablando de Ferrari..."
Pierde la mirada muy lejos.
El diagnóstico que copio, sin palabras complicadas y despojado de
todo tecnicismo, no podía ser más claro. Hubo una contingencia
técnica; solucionada, el corazón sigue su marcha.
Aquellos años cincuenta.
No hace ascos para recordar cómo vivían los corredores de
aquellos primeros días de la segunda mitad del siglo XX.
"Mirá: te confieso
que cuando me preguntan qué cosa hice para que el Commendatore me
llamara, repito que eso simple de ganar tres carreras seguidas. Dos aquí,
en la Costanera, a las Mercedes, con la Ferrari chasis corto. Y trascartón
otro éxito en la Gavea de los brasileños. Un telegrama de
Ferrari aquí. Otro allá.
"Después se presentó
la oportunidad para seguir con Juan (Manuel Fangio) y le metí para
adelante. Ahí apareció la variante, Juan tenía contrato
con Alfa y para ayudarme me quería enganchar con Maserati. Ferrari
tenía su cuadro de pilotos completo: Ascari, Villoresi, Taruffi
y Serafini. Pero el viejo Serafini se pega en las Mil Millas y tiene un
yeso largo. Taruffi se enferma. Venía Reims; yo tenía lista
una Maserati del equipo oficial del ACA. Me estaba afeitando cuando me
avisan que Nello Ugolini, director deportivo de Ferrari, me quería
ver. No sé si me saqué todo el jabón de la cara, ¿te
imaginás? Creo que hasta lo abracé cuando lo vi. El, que
era muy serio, muy noble italiano, me aclaró que tenía un
pedido de Ferrari, que yo probara uno de los coches en Reims. Antes de
que terminara, ya le había dicho que sí.
"Y Reims vino bien. En dos
o tres vueltas estaba discutiendo el mejor tiempo. ¿Sabés?
Era fácil Reims: caminos largos de campo, curvas sin complicaciones
y el auto era una maravilla. Fácil de llevar, lo habría hecho
cualquiera." No lo contradigo, pero esto no lo creo.
"En Reims, el primer día
de julio, conseguía el 7° tiempo, para arrancar desde la tercera
línea. Manejaría todo cuidadosamente. Tan bien que alegremente
va dejando atrás a compañeros y adversarios hasta que se
coloca primero. Su compañero Ascari había abandonado por
rotura de caja; en la vuelta 34 lo paran. Lleva tanta diferencia que Ascari
se va sin perder el mejor lugar. Después, Fangio, que a su vez se
había subido al coche de Fagioli, lo alcanzaría, pero ésa
es otra historia. El final de Reims encontraba en el primer lugar a Fangio-Fagioli
y en el segundo, a Ascari-González. Y venía el contrato con
Ferrari. El primero.
"Mirá, Froilán
-le decía el ingeniero-; vas a ganar 150.000 liras. Las mismas que
le pago a Ascari y a Villoresi. Iremos al 50 por ciento en los derechos
de partida. Y también al 50 por ciento en premios, publicidades...
"Yo únicamente le
pregunté si estaba asegurado. No se mosqueó; me contestó
que todos sus corredores corrían asegurados, siempre. Y entonces
firmé.
"¿Querés que
te diga? Al terminar aquel 1951 yo volví al país con 150.000
dólares limpios de polvo y paja. Está bien; mirá que
hacíamos todo: corríamos y probábamos. ¿Sabés
dónde lo hacíamos? En las calles de Maranello. La gente se
corría a un costado y nosotros íbamos y veníamos.
Las suspensiones y los frenos las corregíamos en los montes del
costado de Maranello. Todos los santos días, pero valía la
pena.
"También te puedo
contar que la carrera que menos cobré fue la de las célebres
24 Horas de Le Mans, cuando en junio de 1954 me acompañó
Maurice Trintignant. Trintignant es un tipo que cuando llego a Europa se
mata para atenderme. Tuvo mala suerte con su primer matrimonio. Se volvió
a casar con una chica más joven. Fue padre con esta segunda chica
y es ocurrente al mango. Me mandó una tarjeta que decía:
«El bebe pesa tres kilos. Entre ejes mide... » me daba así
la altura del chiquito."
No necesitaba buscar ningún
papel. ¿Por qué siempre estaba entre los primeros? ¿Manejaba
mejor? ¿Sabía más?
"Esto es tan sencillo como
explicar aquello de la rivalidad entre Alfa y Ferrari. Los italianos se
peleaban entre ellos. Ascari y Villoresi tenían un carácter
muy fuerte. No les costaba mucho agarrarse tan fuerte que parecía
que el mundo se venía abajo. Y no pasaba nada. Yo estaba al tanto
de que unos querían cubiertas Pirelli, y otros, las Englebert. Ellos,
al desconfiarse mutuamente, se sorteaban la marca de cubiertas para correr
con una moneda. Mirá, a mí me daba lo mismo. Si no, fijate:
en Silverstone, cuando gano, corrí con Englebert. Tanto Ascari como
Villoresi, si no tenían la Pirelli, ya largaban con bronca. Y por
ahí empezaba su merma ¿te das cuenta?"
Silverstone. A los 13 días
de Reims, llega Silverstone.
"El viernes, cuando clasificábamos
y yo hacía el 1, me venía a ver Juan al box. Y desde lejos,
sonriente, me revoleaba aquello de: «¿Viste que yo tenía
razón? ¿Que aquí nos iban a pasar el trapo?»
Y me abrazó. Me abrazaban todos, porque era el primer piloto en
correr por arriba de las 100 millas en ese circuito.
"Yo sabía que tenía
algunos puntos a mi favor. La Alfetta devoraba el combustible; cuando Fangio
se detuviera para cargar otros 300 litros, iba a tardar entre 48 y 50 segundos.
Mi Ferrari se arreglaba con 220 litros que entraban en 23 segundos clavados.
Encima, ellos tenían dificultades para acelerar a fondo. En Silverstone,
las rectas eran cortas. El torque de nuestro motor llegaba al punto ideal
a las 7000 vueltas; las Alfetta necesitaban tocar las 9000. En ese curverío,
yo necesitaba menos para frenar, doblar y acelerar. Todo lo hacía
antes.
"Fangio me pasó,
pero a mí no me asustaba eso, porque no se me iba. Lo tenía
ahí adelante, siempre a la vista. Entonces, lo mío era una
cuestión de no enloquecerse. De cuidar el auto, viajar siempre cerca
de la punta y esperar. Y gané."
Lo dice con la simplicidad
con la que cuenta hasta el cansancio aquello de la equivocación
antes de largar, por penetrar nervioso en un baño para mujeres,
lo que lo ponía colorado cuando al salir lo sorprendían en
un lugar ajeno. Y asegura que al volver a Maranello, a espaldas del viejo
commendatore esraba la fotografía de la llegada de la Ferrari con
el número 12.
Lo del reloj de regalo estaba
convenido con el equipo desde tiempo antes. Enzo Ferrari lo prometía
en público: "A quien derrote por primera vez a nuestros competidores".
(Aunque en el cruento repaso que don Enzo Ferrari hace de su vida, confesaría
haber llorado cuando alcanzaba aquella victoria. "Fue como si matara a
mi madre", escribía.)
El Viejo Commendatore. Ferrari.
El notable periodista del Corriere della Sera Enzo Biagi definió
concretamente al Viejo Commendatore (como publicó La Nación).
La suya es la más perfecta introducción al estudio de un
hombre que quería ser más bueno. Que era notablemente inteligente.
Que procuraba resguardar como lo hace hasta el hombre más insignificante
su privacidad, porque entre la vergüenza y el miedo, el ser humano
suele resultar una criatura desvalida. Sin defensa.
En cambio, Don Pepe avanza
cuidadosamente cuando trato de saber más del célebre constructor.
Y sus dardos van directamente al centro del conocimiento.
"Yo tuve con él,
siempre, una relación muy amable. Tranquila. Hasta tuvo atenciones
y delicadezas que parecía imposible que llegaran de un hombre que
era el personaje más trascendente de Italia.
"Una trascendencia que posiblemente
nazca de la necesidad. ¿Sabés que muchas veces, trabajando,
no tenía una lira partida por la mitad y tenía que comprar
alguna cosa? De esa carencia, de eso de faltar de todo nacía el
talentoso genio que aprovechaba hasta el último pedazo de lata del
taller. No se tiraba nada. Todo servía."
Biagi se ocupó con
una manifestación notable al clausurar su pensamiento en La Nacion
exponiendo que "Ferrari ha sabido vencer al tiempo. El tiempo es el arte
supremo del hombre".
Don Pepe avanzó por
otro camino. El no es escritor. Fue un excepcional conductor de un tiempo
distinto. Cuando todos los corredores confraternizaban. Y Don Pepe también
ahorra las palabras para enriquecer su definición: "Ferrari nació
de la necesidad. En una de ésas y por eso, pudo haber llegado a
tenerlo todo". Suena casi bíblico.
Por Alfredo Parga Especial
para La Nación
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