Nota:
Una misión única
Diario:
La Nacion sección Deportes
Fecha
de publicación: 19/08/1999
Autor:
Alfredo Parga
Las 84 Horas de
Nurburgring
Una misión
única
Por
Alfredo Parga
La
industria nacional desembarcó en Alemania, en 1969. Demostró,
después de cuatro días y cuatro noches, que el país
disponía de automóviles del más alto nivel competitivo.
Fangio y Berta fueron un ejemplo de eficiencia; un eje de inteligencia
e idoneidad. El Torino 380W, un auto respetado en manos de pilotos competentes
y mecánicos capaces. A 30 años, la Misión Argentina
sigue siendo un modelo.
Visionario,
Juan Manuel Fangio exponía el 7 de julio de 1969 con seguridad,
pleno de convicción: "Porque somos conscientes de nuestra falta
de experiencia y porque respetamos el prestigio de nuestros rivales, nuestra
actitud no puede ser otra que la de la modestia de quien conoce perfectamente
cuáles son sus fuerzas y dónde está ubicado. Por eso,
deseo que quede bien claro que vamos a aprender. A demostrar que sabemos
hacer las cosas con seriedad, tratando de lograr, con criterio, un objetivo:
la mejor posición posible de nuestros autos".
El
mensaje condensaba precisas intenciones, propósitos y conductas.
El ciudadano memorioso que hubiera conservado semejante carta de intención
expuesta por el balcarceño hubiera comprobado a los 46 días,
cuando la Marathon de la Route comenzaba a ser historia, que la experiencia
recogida era invalorable. Que el conocimiento de las propias fuerzas había
sido correctamente dimensionado y que se había aprendido mucho,
quedando demostrado que, sin faltar el respeto a marcas de leyenda, un
auto argentino ganaba el derecho para ocupar un lugar sobresaliente en
la consideración del mundo.
Por
añadidura, se advertía un comportamiento ejemplar de todos
los componentes de la Misión Argentina en Nurburgring, como se conocía
cuando se oficializaba la participación en Alemania. Y pilotos y
mecánicos argentinos, con el Torino 380W como protagonista fundamental,
se movían en una de las plazas más importantes del mundo
despertando asombro, primero. Y admiración, con el paso de los días.
Con
la mayor seriedad
Todo
se estudiaba cuidadosamente durante dos años. No quedaba un solo
detalle por verificar y pasaría a ser la aventura cumbre del automovilismo
deportivo de 1969, cuando la industria argentina perseguía la perfección
y se colocaba en la huella de una clave fundamental para conocer su situación.
No
se vacilaba al elegir el campo de la mayor dificultad técnica: Nurburgring.
Es que se entendía que en el más complicado de los dibujos
que entonces tenía el mundo de la velocidad para correr (22.835
metros con 182 curvas) era posible demostrar toda la bondad del auto.
La
competencia conocida también como "Las 84 Horas de Nurburgring",
nacía con una concentración que se hacía en Bélgica;
los autos, en caravana, se movilizarían ordenadamente para entrar
en Alemania e ingresar en el circuito. Apenas seguiría un somero
repaso final con la opción de carga de combustible y colocación
de nuevas cubiertas antes de arrancar a la una de la madrugada del miércoles.
La exigencia finalizaría después de cuatro días y
cuatro noches, a la una de la tarde del sábado. Corrían los
mejores coches Sport, Turismo y Gran Turismo que entonces ocupaban una
posición destacada en el mundo.
Todo
se veía gobernado por un reglamento que no concedía tregua
alguna y que aparentemente no ofrecía mayor dificultad. El señuelo
solicitaba no demorar más de 24 minutos por vuelta; muy fácil
para la circulación de autos, que, término medio, empleaban
entre 13 y 17 minutos para completar el giro. Sin embargo, el amplio margen
que quedaba hasta el límite de 24 minutos repentinamente desaparecía
como producto de una larga serie de imposiciones que cercaban al participante,
ahogándolo al menor descuido.
Rigores
y castigos
Si
el automóvil tenía la necesidad de una reparación,
el único que podía trabajar en el vehículo era el
piloto que estuviera conduciendo en el momento de presentarse la novedad;
la intrascendencia de cambiar una cubierta no amilanaba a los expertos
conductores argentinos (aunque en un simulacro del operativo, en medio
de la bonhomía de todos los componentes de la Misión, no
faltara el deslumbrante corredor que demorara, el primer día de
ensayo, más de 10 minutos para detener la marcha, retirar la cubierta
supuestamente dañada, reponer el caucho y seguir; como atenuante
estaba aquello de no haber cambiado nunca antes, en su vida, una cubierta).
Y no sólo eso; lo de la cubierta se haría después
en tiempo y forma pero el mismo cerco de los 24 minutos regía para
corregir problemas eléctricos, o para reducir el nivel de insonorización
(el auto que registraba un ruido superior a 83 decibeles, o reparaba o
era excluido). Y en el mismo plazo rígido de 24 minutos, entraba
la operación de detenerse correctamente frente a los surtidores
del circuito, cortar el contacto, reaprovisionar y seguir, pero se prohibía
detenerse antes o después del box del vehículo al que no
se podía empujar para colocarlo correctamente por la bendita exclusión.
La
trampa definitiva la tendía, sin sonrisa alguna, la clausura definitiva
del odioso reglamento porque si un coche pasaba frente al control durante
la noche, sin tener perfectamente iluminado el número de sus puertas,
su paso iba a ser ignorado por el cuerpo fiscalizador...
La
condición humana
Los
diez pilotos elegidos -algunos corrían entonces con Renault o con
Torino, pero otros defendían en los calendarios nacionales a otras
marcas- exponían durante todo el trabajo de reconocimiento y carrera
dos virtudes: el poder de aceptación a un dibujo que no perdonaba
el menor error (como se vería en los mismos ensayos), unido a un
espíritu solidario que se fortificaba con el desprendimiento, y
la entrega de los mecánicos en las prácticas, nunca mirarían
el reloj para dejar de trabajar. Y en carrera, finalmente, cuando dos de
los tres coches quedaban fuera de combate, se sumaban los afectados al
auto que seguía en pista hasta el final, empujando hasta con su
aliento para que todo pudiera culminar de la mejor manera. Una situación
ejemplar si se recuerda que después de reconocer el circuito con
autos R16 y Taunus sin preparación especial alguna, al desembarcar
los coches preparados para correr -el peso original del 380W de 1407 kilos
se reducía a 1365- dos tendencias ganaban dimensión entre
los que competían, cuando la Marathon ya no aparecía tan
fácil como se había estimado antes.
Estaban
los que querían correr lo más rápidamente posible
y los que se inclinaban por una táctica más contemplativa
que abría, a su vez, dos frentes: estudiar a los adversarios de
a poco y preservar, al mismo tiempo los coches que bajaban a pista.
Unos
y otros contaban con el precioso asesoramiento técnico de Oreste
Berta, quien iría delimitando progresivamente las ventajas de una
y otra corriente, sin dejar de escuchar el criterio mayor de Fangio, quien,
con una resistencia similar a la de sus mejores días de corredor,
no perdía un solo detalle de todo el operativo. Ejemplar.
Aquella
Misión, representada al cabo por un auto que era el que más
distancia recorría de los 64 participantes, alcanzaba un destacado
cuarto puesto en la clasificación absoluta (después de serle
deducidas 20 vueltas por penalización) y el primer puesto en la
categoría de autos con motores de 3500 a 5000cc. Un triunfo que
iba más allá de la propia distinción. Lo hecho por
el Torino motivaría actitudes que nunca se habían registrado
antes. Que nunca más se repetirían después.
Una
felicitación increíble
Aquel
fue un tiempo distinto. Inusual. Tanto que las dos empresas argentinas
fabricantes de los automóviles más tradicionales que tenía
el país -Ford y Chevrolet- tampoco dudaban cuando culminaba el operativo.
Ford
Motor Argentina S.A. y todos sus concesionarios publicaban un aviso significativo.
"¡Bravo Torino! ¿Se debe felicitar a un competidor? Sí.
Cuando con su esfuerzo ha contribuido a proyectar una excelente imagen
del potencial del país. ¡Bravo, Misión Argentina!"
Tiempos
en los que General Motors Argentina y sus concesionarios Chevrolet publicitaban:
"Al gran equipo argentino... ¡gracias! Hace 15 años, pocos
creían que se pudieran hacer coches en este país. Hace 15
días, pocos creían que estos coches pudieran puntear en la
cuna del automovilismo. Hoy, Nurburgring nos prueba, una vez más,
que en este país hay que creer. Por eso, gracias de veras a los
Torinos, a Juan Manuel Fangio y a sus pilotos".
Mejor,
no agregar más nada.
Por
Alfredo Parga Especial para La Nación
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