PILOTE DE
COURSES
por Maurice Trintignant
(Notas del traductor en
verde)
CAPITULO
V
¡SOMOS
LOS MÁS LENTOS!
Me despertó el ronronear
de los motores que sonaban en boxes, a pocos pasos de mi hotel. Los ensayos
iban a comenzar en un cuarto de hora. (Nos encontramos
en vísperas del Gran Premio de Mónaco de 1955)
Hacía buen tiempo
aunque la mañana era fresca. Cuando encontré a Ugolini (capo
scuadra de Ferrari) en el box de Ferrari le comenté que la
carrera iba a ser al mediodía y que con más calor los motores
y el coche se comportarían distinto. Ugolini no estaba de muy buen
humor. Con bastante aspereza me dijo que era igual para todo el mundo y
que la carrera iba a tener lugar en medio de una ciudad en la que no es
fácil detener la circulación al mediodía solo para
unos ensayos.
Generalmente la primera jornada
de prácticas no sirve mas que para reconocer el circuito sin forzar.;
pero los organizadores monegascos habían puesto a punto un ingenioso
sistema para incentivar a los corredores y asegurarse una buena jornada
de ensayos. Habían decidido que las tres plazas de la primera fila
para la salida del Gran Premio serían asignadas a los tres mejores
tiempos conseguidos en este primer día. El sistema me parecía
injusto y peligroso porque obligaba a los que conocían mal el circuito
a correr riesgos inútiles.
Mi mal humor se disipó
cuando vi aparecer por boxes a Marc Rozier con su sonriente cabezón.
Echó un vistazo envidioso al bólido rojo que Meazza (jefe
de mecánicos de la scudería) me estaba preparando.
Cuando volvió el rostro hacia mí había perdido algo
de esa clara alegría que lo iluminaba siempre.
- Me gustaría estar
en tu lugar; lo sabes.- dijo murmurando.
Marc soñaba con correr
en los grandes premios. Yo lo sabía; pero el escucharle así
declarando sus sentimientos me recordó los tiempos en los que yo
soñaba también con tener un bólido entre las manos.
Y de pronto sentí vergüenza de mi, quejándome de todo,
todo el tiempo. ¿No había realizado mi sueño? ¿No
era piloto de la Scudería Ferrari? Y además me pagaban por
correr. No, verdaderamente yo no tenía nada de que quejarme. Una
ola de caluroso ánimo me atravesó el cuerpo sin que Marc
se diera cuenta que acababa de recuperar de un solo golpe mi equilibrio
y mi alegría de vivir.
- Ten paciencia. Llegará
tu oportunidad.- le dije mientras me ponía el casco.
(lamentablemente
no hay ningún Marc Rozier en la lista de participantes en grandes
permios así que no debió conseguirlo. No puede referirse
en ningún caso Trintignant a Louis Rosier, que ya era un veterano
de grandes premios en la epoca de los hechos)
Saltando al monoplaza sentí
la alegría de un pez al que devuelven al río...pero salí
prudentemente. Es necesario no apresurarse nunca.
Ya que los nuevos Squalo
no terminaban de adaptarse al serpenteante Montecarlo, Meazza me había
preparado uno de los viejos modelos (Se refiere a
la 625 con la que participó en carrera). Dentro yo estaba
casi como en mi casa. Yo lo había pilotado muchas veces; notablemente
algunos meses antes en Buenos Aires cuando conseguí terminar tras
los talones de la Mercedes de Fangio (Segundo puesto
compartido con Farina y Gonzalez en la carrera inaugural de la temporada).
Tenia confianza en el coche como en un caballo fiel. Era obediente en cada
curva que abordaba. Así cumplí un par de giros sin forzar
para habituarme bien al circuito.
Antes de lanzarme a fondo
para “hacer un tiempo”, me detuve en boxes para saber que habían
hecho “los otros” hasta ese momento. Vi a Ugolini. Busqué su mirada
pero él hizo como que no me veía. Tenía un cronómetro
en una mano, un bolígrafo en la otra y delante de él, sobre
la valla de boxes, un grueso cuaderno... y sobre todo tenía un aire
absolutamente desilusionado.
Entre los mecánicos
y los corredores se mezclaban curiosos y periodistas entre los que se podía
reconocer la moda imperante a la que Ugolini se ceñía:
Pantalón azul impecable, camisa sport de cuello abierto, inmaculada;
mocasines negros y blancos en los pies. Negligentemente apoyado en la valla,
saludaba con pequeños gestos amistosos de la mano, respondiendo
con una sonrisa distinguida a los rostros que conocía y que le saludaban.
Daba la impresión de querer hacer creer a toda costa que “Los asuntos
en Casa Ferrari no pueden ir mejor”.
Di varios acelerones bruscos
para sacarlo de su “espléndido aislamiento”. Como estaba a solo
cinco metros de mi, no pudo ignorarme más tiempo. Volvió
la cabeza, hizo como que acababa de verme, me sonrió amablemente
y me indicó con un gesto que me reuniera con él.
Saliendo del coche me reuní
con él preguntándole de inmediato cómo iba todo. El
cogió su cuaderno y con una voz monótona, sin comentarios,
me informó con el tono de un speaker que lee un boletín de
informaciones.
- Fangio (Mercedes
W196) ha conseguido 1’ 44’’ 8 en su primer intento y luego 1’ 43’’
2, batiendo el récord de Caracciola (1’ 46’’
en 1937). Moss (Mercedes W196) ha conseguido
rodar luego en 1’ 43’’ 4 y también se ha colado Castelloti (Lancia
D50) con 1’ 43’’ 8. Finalmente, Ascari (Lancia
D50) acaba de conseguir hace unos minutos 1’ 42’’ justos.
Tomándose un respiro,
tose y levantando los ojos hacia mí añade:
- Ahora mismo el mejor tiempo
entre los Ferrari lo ha conseguido Farina (Ferrari
625) con 1’ 47’’ 8. Schell (Ferrari 555 Supersqualo)
ha conseguido 1’ 49’’ 1. No se puede decir que estemos siendo muy
brillantes precisamente.
He respondido con un melancólico
“ouais” mientras me frotaba el mentón con la palma de la mano. Al
otro lado del puerto he escuchado entonces a un monoplaza saliendo del
túnel. Desde los boxes no se veía bien; pero lo suficiente
como para notar que era un bólido rojo. Tomó vivazmente la
chicane y abordó muy, muy rápido la curva del estanco de
tabaco hacia los boxes (en esa época la salida
todavía se daba en el puerto, más o menos donde ahora está
la piscina, así que la Avenida del príncipe Alberto no era
la recta principal sino contrameta. La primera curva era la del gasómetro,
una estrechísima horquilla de 180 donde ahora está el café
La Rascasse; así pues, la curva del Tabaco era por tanto la última
antes de meta). Los ojos de Ugolini estaban fijos en el coche. Había
dejado bruscamente el cuaderno sobre el borde de la valla y su mano derecha
se crispaba sobre el cronómetro.
Era la Maserati nº
34 de mi compatriota Jean Bhera (Maserati 250F).
- Jeannot está tirando
a tope – dije a manera de comentario.
El coche pasa como una flecha
bajo nuestros ojos. Ugolini mira el crono y se queda mudo.
- ¿Cuánto?
– le pregunto.
Tenía un aire vagamente
irónico tanto en su mirada como en el tono de su voz cuando me ha
respondido:
- 1’ 43’’ 8, Maurice.
Los Maserati están verdaderamente fuertes. Viran maravillosamente,
y Bhera está haciendo grandes progresos ¿no te parece?
Yo estaba muy contento por
Bhera; pero si después de los Mercedes y los Lancia, los Maserati
también se ponían a jugar con los récords de la pista
el primer día de entrenamiento, el honor de Ferrari iba a ser muy
duro de salvar.
Me volví a poner el
casco y los guates y me metí de nuevo en el coche. Todos estos tiempos
me rondaban por la cabeza pero, como Ugolini, yo estaba decidido a no perder
la calma. Haría mis ensayos sin nervios, sin sobre esforzarme. La
carrera era el domingo y todavía era Jueves.
No es que hiciera mis ensayos
tranquilo, evidentemente. Pero olvidándome de los tiempos de los
demás, me ceñí a mi manera de conducir, es decir,
no ir jamás por encima de los medios de que se dispone.
Mi Ferrari era excelente
en curva. Yo estaba en forma y, en el descenso en tobogán del Casino
hasta el borde del mar, rozaba los bordillos al centímetro para
cortar óptimamente las curvas. Cambiaba de velocidad con facilidad
y rapidez. En resumen, tenía la impresión de no haber perdido
el tiempo.
Cuando me detuve en Boxes,
Ugolini vino hacia mi. Era buena señal. Esperó a que me quitara
el casco para decirme:
- Muy bien, Maurice. Has
hecho 1’ 44’’ 4.
1’ 44’’ 4’ solamente. No
pude evitar hacer una mueca.
- No estés desilusionado
–me dice entonces Ugolini- No es más que el sexto tiempo; pero francamente
no confiaba en que pudiéramos rodar siquiera por debajo de 1’ 45’’.
En cuanto acaben los ensayos, ven a reunirte conmigo. Estaremos más
tranquilos para poder discutir.
Salía del coche cuando
los altavoces anunciaron públicamente mi tiempo. Hubo nutridos aplausos
que me sirvieron de premio de consolación. Luego, mientras el altavoz
seguía diciendo algo a lo que no presté atención,
escuché un “¡oh!” surgir de las tribunas y sentí una
pequeña punzada en el corazón anunciando malas noticias.
- ¿Alguien se ha dado
un tortazo?
- Es Hermann, el novato de
la Mercedes –me dice Meazza- Ha fallado en la curva del Casino. Se lo llevan
al hospital.
¡Pobre Hermann! Había
querido seguramente ir más allá. Era lo que pretendían
los organizadores atribuyendo las tres primeras plazas de parrilla a los
mejores tiempos del primer día de entrenos. Era la primera temporada
de Hermann a bordo de un monoplaza. No había corrido nunca en Mónaco.
Si no hubiera regido este reglamento estúpido, el joven alemán
no habría forzado tan pronto y en la tercera sesión de entrenamientos
hubiera podido ir bien rápido sin tomar tantos riesgos.
Algunos minutos más
tarde el altavoz nos tranquiliza: Hermann había sido trasladado
al hospital pero su vida no corría peligro. “Solo tiene una pierna
rota” precisa el speaker. Me choca ese “solo” porque puedo asegurar que
una pierna rota no es de ninguna manera algo divertido.
Iba a dejar el circuito cuando
mi curiosidad me retiene. Al otro lado de los boxes veo como los mecánicos
están poniendo en marcha la Mercedes nº 2. Es el coche de Fangio.
El argentino, dentro de su
stand, con el casco y los guantes puestos, discutía con el grueso
Neubauer, el Ugolini de Mercedes. Quedaba un cuarto de hora para el final
de los ensayos.
Vaya, vaya –pienso- El campeón
del mundo no parece que vaya a contentarse con sus 1’ 43’’ 2 aunque sea
el segundo mejor tiempo después de Ascari. Cerca de mí, Ugolini
parecía también muy interesado por cuanto pasaba donde Mercedes.
Indicando a Neubauer dice:
- El 1’ 42’’ de Ascari se
le han quedado en el estómago. Además el accidente de Hermann.
Todo muy malo para el prestigio alemán. Neubauer ha pedido seguramente
a Fangio que intente superarse. Esto promete un bonito espectáculo.
El bólido gris sale
sin forzar, vira en el gasómetro pausadamente y pasa por detrás
de boxes a poca velocidad. Noto que Fangio va ajustándose las gafas.
Conozco bien a Fangio. Ajustarse las gafas es su forma de “subirse las
mangas”, la manera que tiene de decir “al trabajo”. Como había dicho
Ugolini, se prometía un bonito espectáculo.
Va completando la vuelta
pausadamente, como para calentar bien el motor. Se lo ve salir del tunel
y tomar la chicane relajadamente; pero enseguida, sobre los muelles, se
ecucha cómo el motor comienza a rugir salvajemente. Fangio estruja
el acelerador para estar lanzado a fondo en el momento de pasar por meta.
Cuando el bólido gris
pasa delante de nosotros Ugolini aprieta su cronómetro y estoy seguro
de que en ese mismo instante decenas de cronómetros se están
apretando igualmente en todos los boxes. Fangio se zampa la horquilla del
gasómetro, pasa rapidísimo detrás de nosotros,
corta “arañándose la piel” la curva de Santa Devota y se
ve a su coche arremeter como una flecha de plata contra la subida del Casino.
¡Qué reprís tiene este coche!. No hace falta esperar
mucho tiempo para verlo salir del tunel; se arroja literalmente sobre la
chicane y vuelve hacia nosotros tan veloz que necesita todo el ancho de
la pista para negociar el Estanco de Tabaco.
- 1’ 41’’ 1’ – dice Ugolini
con voz neutra.
“1’ 41’’ 1/10; ¡récord
pulverizado!” anuncia algunos segundos más tarde el speaker con
voz exaltada.
“¡Bravo!”, grita la
multitud aplaudiendo. “
“Me saca 3’’ 3/10 por vuelta”,
pensaba yo con melancolía.
- Vamos. A los garajes.
Al trabajo - dice entonces Ugolini.
Y mientras dejo el circuito,
miro hacia el box de Lancia y veo que todos andan de un lado a otro con
aire preocupado. Todo un pequeño consuelo...
Maurice Trintignant
Extracto del libro "
Pilote de Courses" de Maurice Trintingnant.
Traducido por Gustavo
Morales Peña (UTaC Team).
(C)1957 (Pilote de Courses,
ed. Hachette) |