50
años de la Fórmula 1
Un trueno de
medio siglo
El
sábado 13 de mayo de 1950, la categoría literalmente levantaba
vuelo en un aeródromo británico; el triunfo de Farina, a
bordo de un Alfa Romeo, fue la partida de nacimiento de una especialidad
que hoy mueve millones de dólares.
Nadie
podía imaginar semejante crecimiento. La primera carrera "de coches
de Fórmula 1 que disputarán el sábado 13 de mayo de
1950, el Gran Premio de Europa", era convocada por The Royal Automobile
Club, de Inglaterra. Permitiría la competencia -se enunciaba- de
"representantes de la Argentina, Italia, Francia, Mónaco, Suiza,
Siam, Bélgica, Irlanda y Gran Bretaña".
Allí
concluía buena parte del esfuerzo creador del organizador, que a
menos de 96 horas de la realización, en la antigua base de la Royal
Air Force, recibió la noticia sin irritación alguna: "La
fábrica Ferrari considera que sus autos necesitan algunos reajustes
para enfrentar con éxito a los Alfa Romeo, cuatro de los cuales
participarán del GP". Y punto.
Aquel
mundo de coches especiales (Fórmula 1 Internacional o más
simplemente F1) venía de una convocatoria en otra. En abril había
corrido el 10 en Pau, el 16 en San Remo. Muchos habían intervenido
en las Mil Millas de Italia, del 23, para saltar el 7 de mayo a Módena.
Eso de estar seis días más tarde en Silverstone, no seducía
a Ferrari.
Después
habría algunas señales de que aquel sábado en Silverstone
estaba naciendo una cosa nueva. Distinta. Pero tales señales no
serían descubiertas entonces, aunque más tarde pasarían
a formar parte de la partida de nacimiento de una especialidad que ahora,
a 50 años de su arranque, mueve miles de millones de dólares.
En costos de fabricación y mantenimiento, en publicidad, en espectadores
arracimados frente a la TV en cualquier parte. Hasta en el sueño
dorado de muchos jóvenes, que entregados al ejercicio de la velocidad
con autos de ruedas al aire, sólo sueñan con llegar a tener
un día, y cuanto antes, un volante de Fórmula 1 en sus manos.
Y ubicarse entre las dos docenas de corredores que masivamente son juzgados
como los mejores del mundo. Aunque tal juicio tenga mucho de espejismo.
Fue
la primera vez que el GP de Europa se corría en Gran Bretaña.
También la primera vez que una prueba semejante sería presenciada
por el soberano británico. Y con el rey Jorge VI y la reina Isabel,
los más altos funcionarios del gobierno, el cuerpo diplomático
y 150.000 espectadores.
Con
el equipo oficial Alfa Romeo (Farina, que retornaba de uno de sus tantos
golpes, Juan Manuel Fangio, Luis Fagioli y Reginald Parnell, sentados en
la Alfeta 158 nacida en 1938), los azules pesados coches T 26C de la casa
Talbot. Un puñado de Maserati con independencia absoluta de la fábrica.
Y remendados coches ERA y Alta, que llegaban desde distintas comarcas inglesas
para sumar su ruido sin transportar ilusiones pequeñas, siquiera.
//////
Aquel
13 de mayo no habría hueco para el aburrimiento. Por la mañana,
una carrera de F3 con un joven interesante (Stirling Moss) y el éxito
del teniente coronel Aiklens, a 127 km/h. Durante la pausa para un tentempié,
la exposición del flamante indomable B.R.M. ilusionando al público
con el auto que prometía dar pelea a los coches italianos.
Las
encantadoras crónicas recogen de aquel día otros detalles
peculiares. El paseo de los reyes con la princesa Margarita y el conde
Mountbatten y su mujer para recibir el aplauso de la gente. Los pilotos
apenas daban una lenta vuelta de reconocimiento para volver a sus lugares
de partida. Farina tenía la cuerda por ser el suyo el mejor tiempo
de la víspera (1m50s8) completando la línea de avanzada sus
compañeros Fagioli, Fangio y Parnell. El pintoresco príncipe
Bira tenía la mejor posición en la línea inmediata.
Después,
una sirena que anunciaba que las 21 máquinas iban a ser largadas
en un minuto más. Unicamente las cuatro Alfeta no arrancaban "porque
el señor Güidotti, responsable del equipo, sólo autorizaría
su puesta en marcha faltando 30 segundos".
Al
fin, el increíble trueno. Bira, con su Maserati 4CLT se colaba en
la roja fila italiana para enseñar el camino. Un relámpago
que se borraría en la curva Copse, donde Farina recuperaba la mejor
plaza. Después, un paseo triunfal de la mecánica italiana
con la única decepción del coche de Fangio, por culpa de
la válvula, a 8 vueltas del final, cuando el argentino tenía
tantas posibilidades como el que más tenía del equipo.
El
estudioso periodista Jean-Paul Delsaux recuerda en "1950-Las carreras-El
año": "Los Alfa dictaban su ley; aparecían majestuosos en
las curvas estrechas, frenaban sin dificultad alguna en cualquier curva,
volvían a acelerar con una velocidad brutal en el arranque del pequeño
rectilíneo final. En aquel circuito donde únicamente se usaban
las marchas altas -salvo en la partida- Alfa se divertía. Fangio
fue el primero en detenerse para reabastecer; después lo haría
Farina. Finalmente, casi juntos, Fagioli y Parnell. Un promedio de 25 segundos
por parada, con la precisión veloz de los mecánicos milaneses
que en la materia, se mostraban notables..."
Delsaux
documenta que Fangio se retiraría al romperse una cañería
de aceite; "con la muerte en el corazón, veía alejarse definitivamente
a Farina, su principal adversario".
Lo
demás son nombres y cifras, apenas. Farina ganaba la carrera corriendo
a 146,370 km/h en 2h13m26s3, despegado 2s4 de Fagioli y a 52s de Parnell.
El cuarto, Y. Giraud-Cabantous, con un Talbot, quedaba a dos vueltas...
Pero
el milagro de la F1 se había puesto en marcha definitivamente en
aquel melancólico aeródromo abandonado. Casi emblemáticamente
la F1 levantaba vuelo majestuosamente. Con espectadores de sangre azul.
En sábado. Y la participación de un argentino que aunque
abandonara aquel día, sería -andando el medio siglo de la
especialidad- el hombre más ganador. El más eficiente.
El
mejor.
Por
Alfredo Parga
Especial
para La Nacion deportiva. |