Secuestro
en Cuba.
Juan Manuel Fangio
charla con Marcello Giambertone
Por Marcello Giambertone,
periodista italiano y manager de Fangio.
Libro Grand Prix de las
Carreras – Edit.Blume, Julio de 1968
|
Publicidad
"real" del hotel donde se produjo el secuestro. Foto:
Revista Todo es Historia.
|
Terminada ya la temporada de
1957 con sus once victorias, Fangio, al inicio del año 1958, manteníase
a la expectativa. Vaciló en aceptar algunas de las diversas ofertas
que los fabricantes de coches le habían hecho para que corriera
con sus escuderías en la temporada próxima. Como campeón
del mundo por quinta vez en solo siete años, tenía automáticamente
asegurado el número uno en cualquier escudería, y ello significaba
que otros corredores, incluso algunos de primera fila, tendrían
que correr como segundos suyo.
Fangio era respetado por
todos sus rivales y su mera presencia en la línea de salida garantizaba
que la lucha sería dura. Pero para sus compañeros de equipo
él era el jefe y no todos los pilotos están dispuestos a
aceptar de buen grado la situación de "gregario", como se suele
decir en la terminología del ciclismo.
Una cálida noche
de enero de 1958, Fangio pasaba revista a la situación en que se
encontraba. "He llegado a la cima como quería", me dijo, " y ahora
tengo que preguntarme a mí mismo que es lo que voy a hacer a continuación."
"Estás cansado de
correr?", le pregunté
"Nunca me cansaré
de estar tras un volante, pero debo pensar en mi familia y en su futuro,
y además no quiero imponer mi presencia al público durante
demasiado tiempo. La gente se cansa de ver siempre las mismas caras. Tengo
que pensarlo".
Entre tanto decidió
seguir corriendo por su cuenta, aceptando el patrocinio de uno u otro fabricante
según las carreras. La primera prueba de 1958 fue el Grand Prix
de Argentina, en el que quedó cuarto después de sufrir un
percance en el motor. No tuvo mejor fortuna en los 1.000 kilómetros
de Buenos Aires, prueba en la que tuvo que retirarse apenas cubierta la
mitad de la misma.
Pero Juan volvió a
animarse cuanto ganó al volante de un Maserati el Grand Prix de
Buenos Aires, el 2 de febrero, tras una pugna enconada y tener que vencer
la oposición más obstinada de sus adversarios.
Entonces partimos a La Habana, ciudad en la tenía que participar en el Grand Prix de
Cuba. Como yo era uno de los organizadores, tenía una gran cantidad
de cosas en que ocuparme y apenas me quedaba algún tiempo libre.
Un día Juan me convenció de que aceptáramos una invitación
del general Fernández Miranda, el todopoderoso ministro de la guerra
en el gobierno de Batista.
Acudimos a la fiesta acompañados
de varios amigos. Una grandiosa recepción había sido organizada
en honor de Fangio entre las imponentes paredes de un cuartel situado en
un islote en el puerto. Al cruzar el umbral del salón de recepciones
que presentaba un brillante aspecto, un soldado me anunció que me
requerían en el teléfono. Bajé al puesto de guardia
y pude comprobar que no había nadie al otro extremo del hilo telefónico.
Indudablemente mi comunicante se había cansado de espera y había
colgado el aparato.
Mientras volvía a
la fiesta atravesando el gran patio, un oficial acompañado de dos
soldados se plantó ante mí bloqueándome el camino.
El oficial me preguntó adonde iba. Sorprendido, respondí
que iba a reintegrarme a la fiesta. Imperturbable, el oficial quiso ver
mi identificación. Un tanto molesto le enseñé mi pasaporte
en el se indicaba que yo era "manager" de Fangio. Era lo que faltaba. Una
mirada de triunfo resplandeció en su semblante.
"¡Ah! Por fin te tenemos",
gritó. "Pon las manos en alto y no te muevas a menos que quieras
anticipar tu ejecución."
A pesar de mis protestas, me llevaron a empujones hasta un calabozo.
"Hace tiempo andamos buscando
un agente de Fidel Castro que se hace pasar por el manager de Fangio. ¡Ahora
ya le tenemos!"
"Pero yo.", tartamudeé.
"Silencio", gritó.
"Quítate la corbata, el cinturón, y los cordones de los zapatos."
Completamente confundido
empecé a quitarme el cinturón, cuando oí unas enormes
risotadas a mi alrededor. Mi carcelero y los dos soldados se habían
sumado a aquella hilaridad. Levanté la cabeza y al otro lado de
los barrotes ví al general Miranda, Fangio y otros amigos riendo
a carcajadas.
"¿No le ha hecho
gracia nuestra pequeña broma?" me preguntó el general, dándose
palmadas en los muslos de puro regocijo. Fangio, también, se estaba
divirtiendo de los lindo, y como yo era el único que desentonaba,
me forcé a poner también un buen semblante, aunque quizá
lo hice sin demasiada convicción.
|
Fangio en tapa de los periodicos del mundo Colección Jorge Salgado Uribe
|
Al día siguiente,
Fangio estaba conversando con unos amigos en el vestíbulo del Hotel
Lincoln. Yo chismorreaba con Sivocci Ricardo, antiguo mecánico de
Fangio, a unos pasos de Juan, cuando repentinamente un joven muy delgado
y moreno, de mirada airada, apareció entre nosotros y plantó
una pistola en el costado a Fangio.
"Cuando sentí el contacto
con el arma" -cuenta Fangio -" alcé los ojos, confundido.
Al ver a un hombre joven y solo, inmediatamente pensé que se trataba
de otra bromas, probablemente dispuesta por Giamba, como una venganza por
los ansiosos momentos que le habíamos hecho pasar el día
anterior. Sonreí".
El joven moreno tragó
saliva un par de veces. Entonces con voz trémula , dijo: "En nombre
del Movimiento 26 de Julio, sígame", ordenó.
"Yo no estaba lo bastante al
corriente de la política para saber de lo que me estaba hablando,
pero sí me di cuenta de que su arma oscilaba peligrosamente: lo
cierto es que el muchacho temblaba de pies a cabeza".
"Miré a mi alrededor.
Mis amigos también habían creído en un principio,
que se trataba de una broma. Con una fracción de segundo de retraso,
Ugolini y los demás se dieron cuenta de que algo marchaba mal. Bertocchi
apretó los puños impotente. Giamba que hacía estado
tomando algunas notas en su cuaderno, quedó inmovilizado con el
lápiz en el aire".
"El joven apartó
un segundo la pistola de mí y se volvió hacia mis amigos".
"Cuatro ametralladoras están
afuera apuntándoles. No intenten abandonar el hotel en menos de cinco
minutos o llenarán la acera de cadáveres. ¿Entendido?".
|
Faustino Rodríguez, lugarteniente de Fidel Castro, dirigió el secuestro. Foto: Revista Todo es Historia.
|
Me llevó a empellones
hasta el exterior sin dejar de encañonarme con su arma. Comprendí
que nada podía hacer. Me encontraba demasiado sorprendido para tener
miedo. Cuando llegamos a la calle mi raptor metió el arma en un
bolsillo sin dejar de tenerla apuntada hacia mi persona".
"Por aquí, por favor",
dijo, "conduciéndome hacia un coche que nos esperaba con el motor
en marcha. Alguien estaba sentado al volante y otros dos hombres habían
permanecido de vigilancia. Una vez dentro me senté y mire a mi alrededor".
Sentimos mucho tener que
molestarle, señor Fangio", dijo una voz junto a mi, "pero si está
quieto nada le ocurrirá. ¿Sería usted tan amable de
ponerse estas gafas de sol y esta gorra?".
"Obedecí. Las gafas
me apretaban algo en las sienes, pero la gorra me venía a la medida.
Mas tarde supe que mis raptores se habían documentado sobre mi persona.
Una organización perfecta."
"Si no es pedir demasiado,
caballeros, quisiera saber cual es la razón de todo esto", pregunté,
sospechando que su respuesta tendría que ver algo que ver con el
pago de un rescate".
"Se me explicó que
el Movimiento 26 de Julio, era la organización política de
Fidel Castro".
"Va a ser nuestro huésped",
me dijo el que estaba junto a mí, " y se le tratará con el
debido respeto. Hacemos esto porque usted es la personalidad más
famosa que, en estos momentos, está en la lista. Mañana no
podrá tomar salida en el Grand Prix. Después de celebrado,
le liberaremos. Nuestra intención es la de llamar la atención
del mundo, de esta manera sobre nuestra organización, que Batista
y los suyos están tratando de sofocar. Está claro?".
"Demasiado claro. Me molestaba
no poder correr el Grand Prix, pero empezaba a recobrar la tranquilidad.
Después de todo, si cualquier cosa me pasaba, ello iría en
detrimento de la causa de Castro y difícilmente se me podía
acusar de tomar partido en su favor".
"A la mañana siguiente
me sirvieron un copioso desayuno, seguido más tarde de una excelente
comida, en compañía de tres señoritas a las que no
había visto antes, una de las cuales llevaba un escote sensacional.
Durante la tarde escuché las noticias de la radio acerca del Gran
Prix. Supe que mi coche había sido llevado hasta la línea
de salida, aunque nadie ignoraba que yo no iba a estar allí para
pilotarlo. Comprendí que Giamba lo había mandado hacer así
para protegerse en caso de que pretendieran acusarme de incumplimiento
de contrato. De esta forma, podía invocar la cláusula de
ausencia por fuerza mayor".
|
Periodico frances Colección Jorge Salgado Uribe
|
"Supe también por la
radio que Maurice Trintignant tromaría mi puesto conduciendo mi
Maserati. Le deseé suerte y me pregunté como lo estaría
tomando Giamba".
"Llegó la hora de
la cena y me vi comiendo con un pequeño grupo de conspiradores.
El ambiente era entrañablemente alegre y todos rivalizaban en extremar
su cortesía hacia mi persona".
"Es una cena de despedida",
"dijo uno de mis compañeros de mesa que parecía ser el jefe".
"Tendremos un gran honor en volver a recibirle señor Fangio cuando
Cuba se haya librado del régimen de Batista".
"Después de cenar emprendimos, lo que a mi me pareció, una serie sin fin de viajes
en coche. En un momento dado y cuando nos metíamos en un Ford, nos
encontramos de bruces con dos policías. Uno de ellos vino hasta
mí para pedirme un fósforo. Las gafas y la gorra le impidieron
reconocerme. Mientras le explicaba que no fumaba, uno de mis ángeles
guardianes sacó una cerilla y dió fuego al policía. Al tiempo
que rascaba el fósforo, pude escuchar a mis espaldas un ligero sonido
metálico. El otro ángel guardián había quitado
el seguro al arma que guardaba en la sobaquera. Pero nada ocurrió.
Los dos policías nos dieron las gracias cortesmente y seguimos
nuestro camino".
"Hacia las diez de la noche
llegamos a la embajada argentina. Uno de mis raptores insistió en
acompañarme hasta la misma puerta, diciendo que mi llegada a la
embajada había sido anunciada previamente por teléfono. Indudablemente
se nos esperaba con impaciencia".
"Está usted libre,
señor. Por favor, excúsenos otra vez por haberle causado
tantas molestias."
"Dio media vuelta y se fue
como quien no le da importancia a la cosa. Un tipo de secuestrador tan
encantador como original".
"La embajada estaba vigilada
por policías de paisano. Pasé entre ellos, sin que me reconocieran
o me hicieran preguntas, y vagabundeé durante unos minutos hasta
que tropecé con Giamba y casi me estranguló con su abrazo
emocionanete. A continuación corrió a un teléfono
y muy pronto pude estar en comunicación con Andreína, mi
mujer, que aguardaba ansiosamente en Buenos Aires el buen fin de mi aventura".
"En resumidas cuentas, puedo
decir que fue una aventura que me satisfizo bastante".
|