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Rennabteilung
(Por Federico B. Kirbus) |
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Historias... |
Rennabteilung
Texto
y fotos: Federico B. Kirbus
Especial
para R|U|E|D|A|S
C|L|A|S|I|C|A|S
Cedido por F. Kirbus
para el UTaC Team.
Una temporada
europea del equipo de carreras Mercedes-Benz vista y vivida por un periodista
espía
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LOS
PERIODISTAS DE AUTOMOVILISMO PODÍAN CONTARSE, SI CABE, CON LOS DEDOS
DE UNA MANO. EN LA DÉCADA DEL ´50 SE DESTACABAN COMO TALES
RICARDO LORENZO "BOROCOTÓ" (EL GENUINO) Y ALBERTO SALOTTO, DE EL
GRÁFICO; MIGUEL ÁNGEL MERLO DE MUNDO DEPORTIVO, Y OSCAR CHIOCCHIO
DE LA RAZÓN, APARTE DE LOS COLEGAS RADIOFÓNICOS.Los
demás diarios manda-ban al mismo cronista tanto a las carreras de
autos como a las de caballos. Y estábamos naturalmente nosotros.
"Nosotros" éramos los tres mosqueteros, que eran cuatro, de la revista
Velocidad: el genial Folco Doro como jefe de redacción, Gianni Rogliatti
que hoy vive en Turín, el incomparable Ronald Hansen y el autor
de estas líneas. El resto eran publicaciones técnicas especializadas
como MOTOR, Coche a la Vista...!! y Mundo Ford dedicados a la técnica
y la mecánica ("Hágalo Ud. mismo"). Nadie, ningún
periodista, podía vivir de esta profesión, que en todo caso
era un hobby. Había que tener otro oficio, otra profesión,
otro empleo. Honorarios: cero. Pero cualquiera hubiese pagado para que
sus notas se publicaran. Cuando en enero de 1955 llegó al país
el equipo de carreras Mercedes-Benz, la legendaria Rennabteilung, yo era
el único periodista local en permanecer en contacto con el jefe
de prensa, Artur J. Keser, gracias a mis conocimientos fluidos del idioma
alemán. Después de convivir aquí, casi, durante varias
semanas con el clan alrededor del jefe de equipo Neubauer, Keser me invitó
a Stuttgart para integrar el departamento de prensa en la sección
Español (había, además del Alemán, una división
para Francés y otra para Inglés). En el breve tiempo que
acompañé a los alemanes por Buenos Aires hicimos buenas migas
con varios integrantes y compartí algunas de las comilonas pantagruélicas
del "Gordo" Neubauer, que conocía en pleno centro un restaurante
regenteado por Federico Bückert, famoso porque en el Berlín
de los ´30 y ´40 había tenido un local gourmet donde
solía concurrir otro gourmand regordete: Hermann Göring. ¡Qué
cosas! Graciosas eran también las visitas a alguna casa quinta con
pileta donde “der Dicke” Neubauer debió usar
sus calzoncillos como shorts de baño improvisados. Aquél
Gran Premio de la República Argentina 1955 es considerado aún
hoy como una de esas "carreras del siglo".. No era para menos: los cuatro
mejores pilotos del momento en máquinas de las cuatro marcas más
destacadas: Fangio-Mercedes, Ascari-Lancia, González-Ferrari y Behra-Maserati,
además de Moss. Un sol abrasador, un calor insoportable. Uno tras
otro fueron claudicando los competidores pidiendo cambio de conductor.
También Moss se desmayó. Pero recibió una reprimenda
de Herr Neubauer porque lo suyo no fue solo por la temperatura en la pista
sino fuera de ella, la noche previa.
INVITADO
Cuando
acepté trabajar en Stuttgart-Untertürkheim debí encarar
el problema del costo del viaje, por más que en Alemania tenía
asegurado un buen estipendio. Para poder dedicarme al periodismo tenía
un trabajo regular, y eso era en una fábrica de cartón en
Lanús Oeste. El sueldo era pasable, pero con cada mes que trascurría
la liquidación se atrasaba más y cada vez más hasta
que por fin se me debían más de 12.000 pesos m/n. Cuando
se hicieron cargo de la empresa nuevos dueños, me ofrecieron abonarme
la mitad de lo adeudado: 6.000 pesos. Decidí rociarme y prenderme
fuego a lo bonzo invirtiendo todo este dinero en mi viaje a Alemania, a
saber: 5.600 pesos en un pasaje de ida y vuelta a bordo del Ana C de la
línea Giácomo Costa Fu Andrea, y los 400 pesos restantes
en el boleto de tren Génova-Stuttgart.
¿Cuánto
eran 6.000 pesos? Equivalían a 200 dólares estadounidenses,
u 800 marcos alemanes. Por 1.000 dólares (4.000 marcos) se podía
comprar un Volkswagen Standard. Y aquí, por unos 6.000 dólares
de entonces, una pituca vivienda unifamiliar a estrenar y en cuotas. El
mismo día que arribé a Stuttgart, era a principios de mayo,
me encontré en mis nuevas oficinas con que acababa de llegar un
noticiero que mostraba el accidente que había sufrido Karl Kling
con el Mercedes-Benz 300 SLR en la Mille Miglia, por Raticosa. En el microcine
vimos el episodio: un trompo, un castañazo, y chau. De todos modos
ganó Stirling Moss con el famoso 722, Fangio fue segundo a media
hora. A menudo me preguntaban cómo era la relación
entre los pilotos y Neubauer. Bueno, Fangio era el Número Uno indiscutido,
y es probable que a él haya que aplicar lo que alguna vez el mismo
Chueco dijo ya en tiempos de la Alfetta: "Cuando sos el campeón,
siempre tenés algunos burros más bajo el capó" (el
motor del W 196 R oficialmente tenía 290 HP, aunque llegó
a generar cierta vez 314 HP, dato nunca publicado antes). Pero Fangio apenas
podía hacerse entender, porque balbuceaba un italiano balcarceño,
y Neubauer no entendía un pomo. Se comunicaban en definitiva por
señas. Stirling Moss en cambio andaba tan bien, y en Sport a veces
mejor aún que Fangio, porque se comunicaba con Rudolf Uhlenhaut
directamente. Uhlenhaut estaba a cargo de la preparación de las
máquinas (Versuchsabteilung), y si bien era alemán, había
nacido en Inglaterra y hablaba la lengua de Shakespeare con igual solvencia
que el idioma de Goethe. De ahí que los coches de Moss siempre tenían
la mejor puesta a punto, al menos para él. Kling era ingeniero,
pero ciertamente no era tan rápido como JMF y SM. Por lo demás
reinaba la camaradería, y cada cual sabía qué era
lo que le correspondía -por ejemplo a Moss, como premio, ganar en
Aintree-. En las pruebas Sport la compe-tencia era cuasi libre. Dicho sea
de paso: además de ser eximio técnico y una persona humana
encantadora, Uhlenhaut andaba en pista, durante los ensayos, a la par de
Fangio o Moss, y cierta vez más rápido aún. Por lo
demás, lo que a Mercedes-Benz le interesaba era obtener el título
mundial. Y el candidato natural era Fangio.
Recuerdo
que un buen día, mejor dicho una tarde, mientras concurrí
a la planta Sindelfingen de montaje de coches
(en Untertürkheim se armaban los motores), me encontré de improviso
con una figura delgada esperando no sé qué. Era Charlie Menditeguy.
Pensé por un momento que gracias a sus múltiples relaciones
había conseguido un puesto de piloto de reserva en el equipo, pero
estaba aguardando para retirar un auto, creo que un 300 verde, para llevárselo
a casa.
MÓNACO
De
ahí en más quedó a mi cargo la atención del
periodismo hispanoparlante. Mi jefe directo fue el conde von Urach, un
caballero. Y mi primera carrera a la que asistí fue Mónaco.
Se dio aquí una sucesión de improvisaciones e imprevistos:
Hans Herrmann que se accidenta y lesiona en los entrenamientos; un llamado
que recibe el francés Simón mientras se estaba afeitando,
de parte de Neubauer para reemplazarlo y hacerse cargo del cuarto coche
del equipo; luego, en carrera, los sucesivos abandonos de Moss, Kling,
Fangio y, cuando comenzó a puntear, Alberto Ascari con su famosa
caída con el Lancia a la bahía de Montecarlo. Hasta Bitito
Mieres llegó a liderar brevemente ese día. Por último
triunfó ";Petoulet" Trintignant con Ferrari. Trintignant siempre
fue burgomaestre de su ciudad natal en el Sur de Francia y excelente contador
de chistes. En algunas fotos de ese día se me puede ver balanceándome,
Leica y Rolleiflex en ristre, entre la baranda del boulevard cerca 50 del
Gasómetro y las aguas no tan azules de la bahía. Los corredores
que pasaban a 200 a mi lado me miraban azorado.
En
realidad las intrigas ya habian comenzado en vísperas de la carrera.
El equipo alemán se alojaba en el Hotel
de París en diagonal frente al Casino, y si bien Fangio estaba en
compañía de su mujer Beba, hubo un intento de endulzarle
la noche con alguna rubia despampanante -velada de aquellas-, pero El Chueco
optó por descansar. Así se competía antes fuera de
pista.
A
Bitito lo vi todavía brevemente en los boxes después de la
carrera. Él se tomó más tarde el expreso a París,
donde poseía un "bulín". Fue esa noche en el tren casi vacío
en que tuvo aquél encuentro con una famosa actriz norteamericana
que relata con palabras crípticas en su autobiografía "Por
qué ser normal". Yo por mi parte volví con el Mercedes-Benz
180 a casa tomando por Grasse, Grenoble y la Grand Route de Napoleón.
Al mediodía siguiente el auto estaba hecho añicos en alguna
ciudad suiza. Ahí aprendí que no se puede gastar una noche
viajando y conservar suficiente tiempo de reacción.
EL
DRAMA DE LE MANS
De
regreso a Stuttgart nos aprestamos a concurrir a las 24 Horas de Le Mans.
Hicimos el trabajo de prensa de rigor. El equipo concurrió con tres
300 SLR y tres duplas de pilotos. Yo saqué un coche test de Porsche
y me fui atravesando la campiña francesa cubierta con millares de
cruces de los extensos cementerios con los caídos de las batallas
de trinchera de la primera Gran Guerra. En los boxes de Le Mans tuve ardua
tarea, porque de las tres parejas de pilotos que se alternarían
en la conducción, solo dos eran alemanes. Con el resto hube de intervenir
como intérprete cuando hacía falta: Fangio, Moss, John Fitch;
con Levegh, menos. Junto a Fangio había incluso varios hinchas argentinos,
en particular recuerdo a un joven Oscar Cabalén. Después,
la carrera con sus dramáticas alternativas iniciales hasta su trágico
desenlace.
Me salvé
porque había pasado por el escenario del drama dos o tres minutos
antes. Logré tomar algunas fotos de los ochenta y tantos muertos
que yacían en el suelo, no sin que algunos espectadores que salían
corriendo espantados me mancharan con sangre mi campera. El resto es conocido:
Le Mans 1955 fue realmente un hecho bisagra para el automovilismo deportivo
mundial. Dormité como pude en la butaca reclinada del Porsche 356.
Cuando volví a los boxes al promediar la mañana gris siguiente
me enteré que la Rennabteilung se había retirado de la competencia
a medianoche. Emprendí el regreso por caminos alternativos, y en
una ruta con ripio en plena campiña gala derrapé y me fui
a la zanja. Excelente tarjeta de visita profesional: dos coches de prueba,
y dos castañazos seguidos. Aprendí lo que más adelante
apliqué con éxito y suerte cientos de veces durante mis andanzas
por el interior argentino: que en un camino de grava y exceso de velocidad
hay que mantener las ruedas directrices derecho y frenar, y luego doblar.
Frenar y doblar al mismo tiempo, no va. Por mi actividad en la jefatura
de prensa acudí con alguna frecuencia a la oficina de Neubauer,
que se hacía llamar Oberingenieur. Un título inexistente
inventado por él que equivale a "súper ingeniero". Lenguas
malas decían que "der Dicke" estaba tan compenetrado con Mercedes-Benz
que su ombligo tenía la forma de una estrella de tres puntas. Era
de todos modos un genio de la logística. Sus Hojas de Ruta para
que la Rennabteilung se trasladara de Stuttgart a un Grand Prix eran sencillamente
notables: verdaderos guiones con indicaciones para cada persona y cada
vehículo, paso a paso: itinerarios, puntos de abastecimiento en
el camino (surtidores), pero también altos para comer y pernoctar.
Naturalmente se paraba donde mejor se comía, y en este sentido El
Gordo conservaba aún la experiencia de sus andanzas de preguerra
por toda Europa. Había habido mucha destrucción, pero los
restorancitos con el paté foie especial seguían existiendo...
ESPIONAJE
A LA CÍCERO
Mi
permanencia en la Presseabteilung me ofrecía, además de acumular
práctica en el oficio al más alto nivel, aún otra
posibilidad no confesa: hurgar en los recovecos de la oficina para reunir
material histórico. Con Ronald Hansen planeábamos escribir
un libro sobre la actividad de Mercedes-Benz en las grandes carreras internacionales,
pero entre bambalinas. Husmeando y rastreando, un buen día descubrí
así varios dossiers con la correspondencia relacionada con las competencias
en la Costanera y los problemas mecánicos que afectaron los W 154/M
163 de Fangio, Kling y Lang. Este episodio había caído en
el olvido, y yo ahí pude reconstruir los problemas reales que causaron
la debacle del equipo alemán frente a la Ferrari de Froilán
González en el Gran Premio Juan Domingo Perón, realizado
el 18 de febrero de 1951. El inconveniente surgió al promediar esa
primera carrera por causas del fuel surging o brote de combustible, en
buen romance, por ahogamiento de los carburadores. El equipo desde aquí
telefoneó y telegrafió in extensis con Untertürkheim
para llegar a una conclusión, cerrando uno de los cables con palabras
tan lapidarias como patéticas: "Wir sind ratlos". Una confesión
brutal y llana: "No sabemos qué hacer". En la fábrica, en
el dinamómetro, los técnicos replicaron las condiciones climáticas
de la Costanera de Buenos Aires y hallaron una solución: lograron
preparar un carburador con una puesta a punto diferente para garantizar
una mezcla estequiométrica o perfecta también a temperaturas
ambiente altas. Pero ocurrió algo imprevisto: en ese entonces no
existían comunicaciones aéreas diarias entre Buenos Aires
y Europa. Alitalia, KLM, SAS, BOAC y Air France tenían uno, dos,
a lo sumo tres servicios por semana, ¡36 horas de vuelo! Y si bien
hubiese sido posible despachar por vía aérea los carburadores
modificados en el laboratorio, no alcanzaría para que llegaran a
tiempo a destino. Y eso porque la segunda competencia denominada Gran
Premio Eva Perón no se disputó el domingo subsiguiente a
la primera, sino ya el sábado 24 de febrero dado que el día
domingo se inauguraban en Buenos Aires los Juegos Panamericanos. Fue la
única vez, y por dicha causa, que un evento de esta naturaleza se
disputó un sábado. Y este era el día que le faltó
a los Mercedes para recibir en término los carburadores modificados.
Bingo otra vez para Froilán. Investigando en los archivos durante
mi estadía en Stuttgart logré además rescatar un juego
de fotos que eran copia de los planos en ferroprusiato del Mercedes-Benz
300 SLR, con todo el detalle. Medio siglo más tarde pude facilitar
a Clemar Bucci este material que le permitió recrear tres primorosas
maquetas a tamaño natural de ese inigualable coche sport de carrera.
Como que en general había muchos detalles técnicos que los
técnicos alemanes habían incorporado a sus creaciones, aparte
del mando desmodrómico revolucionario en tiempos en que los aceros
aún no permitían producir resortes para válvulas que
no comenzaran a flotar más allá de las 8500 rpm. Por ejemplo,
se era consciente que el W 196 R tenía sus buenos kilos de más
frente a las máquinas de la competencia, y que había que
ahorrar peso donde fuera posible. (W para Mercedes significa Werksnummer,
es decir, número de fábrica, y 196 era la numeración
correlativa). Así pues, obsérvese qué detalle, las
cabezas hexagonales de todos los bulones eran ligeramente cóncavas.
Si con cada una de las cientos de bulones del vehículo se economizaba
unos gramos, el resultado se hacía sentir. En todo momento se tuvo
en cuenta que la masa del vehículo era un factor decisivo en el
desempeño en pista. Esta regla de oro indica que de los tres vectores
de movimiento hacia adelante de un automotor (acelerar, trepar, avanzar
en el llano) la potencia máxima solo se exige para esta última
condición; para trepar y acelerar lo que importa es la relación
torque/masa. El asunto era entonces extraer el par y la potencia máximos
del motor y a la vez conseguir el mínimo peso posible. Para ir bien
preparado, el equipo elaboraba antes de cada carrera, y para cada circuito,
un diagrama (Renndiagramm) con la indicación precisa dónde
se colocaban los diferentes cambios, dónde se alcanzaban qué
velocidades, etc. Todo calculado a mano. Un detalle: para el cambio de
una marcha a otra se conjeturaba una pérdida en el tiempo de aceleración
de dos décimas de segundo. Para todos los pilotos, menos para Fangio,
al que se le asignaba una décima para realizar un cambio de marcha.
Con diez cambios por vuelta, el Chueco sacaba allí no más,
si bien en teoría, un segundo por giro completo.
Si
bien Mercedes disponía de un presupuesto mucho más grande
que los talleres italianos, los ateliers franceses y los garages ingleses,
nada se despilfarraba. En las temporadas 1954/55, con un total de 14 carreras
de Fórmula 1, se construyeron 14 unidades del W 196 R, en ocho versiones
distintas (los coches Sport W 196 S aparte). En comparación, Maserati,
Ferrari o Gordini usaban un mismo vehículo, aunque con sucesivas
mejoras, durante una temporada o a veces más.
DESPEDIDA
EN LA PARABÓLICA
Entre
las diversas competencias del calendario 1955 (Gran Bretaña, Bélgica,
Holanda) tocó como evento especial el Gran Premio de Italia. Era
un acontecimiento trascendente porque no solo significaba para los
Silberpfeile
meterse en la boca del lobo (Maserati, Ferrari, Lancia) sino porque las
autoridades del Autódromo de Monza habían decidido modificar
la pista construyendo una curva peraltada como antiguamente ya había
existido otra. Puesto que el trazado se volvía así más
rápido al reemplazarse la Parabólica horizontal por la peraltada,
se decidió probar suerte otra vez con una carrocería integral
aerodinámica. También Gordini presentó una variante
aerodinámica, pero con motor muy inferior y por ello sin chances.
Para acelerar además la comunicación entre Stuttgart y Monza,
el ingeniero Rudolf Uhlenhaut había mandado construir un camioncito
muy atrayente, de agradables líneas "aerodinámicas" y con
el motor de un Mercedes-Benz W 300 S para llevar y traer vehículos
entre los dos puntos. El camioncito corría sus buenos 160 km/h y
concitaba el interés del público más que los autos
de carrera. Puesto que la Parabólica peraltada se iba a usar por
primera vez, los pilotos debían familiarizarse con la misma. Estaba
hecha de panes de concreto y no era muy pareja que digamos. Con Fitch,
Moss y Piero Taruffi (que corrió esa vez para la marca) fuimos a
la curva para contemplar su factura. Incluso se pactaron apuestas de quién
sería capaz de subir el gradiente a pie, sin usar las manos en el
tramo superior. Aunque la pendiente parecía suave, en la práctica
era imposible trepar a pie, aun con mucho envión. En octubre de
1955, después de concluir el circo de carreras, volví a Buenos
Aires. Había invertido para la aventura hasta el último centavo,
pero regresé con unos buenos ahorros. A fines de año se jubiló
y retiró Borocotó de El Gráfico, y quedé yo
como su reemplazante creando gracias a mi práctica un periodismo
más técnico donde importaba más la "multíplica"
de Emiliozzi que las circunstancias en que a Toscanito se le había
apagado el puro. Asesorado por varios técnicos de la talla de don
Pancho Lucius, los ingenieros Antonio Bianchi y Rafael Sierra pude contribuir
a orientar al automovilismo vernáculo hacia carriles más
seguros. Y también merced a las experiencias reunidas durante toda
una temporada en la Rennabteilung de Mercedes-Benz. Ah, poco después
escribimos con Ronald Hansen otro libro, no sobre la historia secreta de
Mercedes-Benz sino sobre nada menos que Juan Manuel Fangio. El primer título
relacionado con Fangio en inglés y en francés.
De Federico B. Kirbus,
especial para el UTaC Team.
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De
izq a der, firman: Uhlenhaut, Fangio, Taruffi, Moss, Kling y Neubauer.
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(c) 1999-2010
UTaC Team. Ultima actualización de ésta hoja: 26/03/2010 Comentarios, colaboraciones, etc.:vicylole@jmfangio.org
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