De
Arroyo Corto a los Grandes Lagos
Por Federico B. Kirbus
La
increible epopeya de los hermanos Stoessel que en 1928/1930 se fueron con
un Chevrolet de Buenos Aires a Nueva York.
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Aun cuando no lo mencionan
en su libro “32.000 Kilómetros de Aventuras” (Bs. As. 1930,
270 págs.), los hermanos Adán y Andrés Stoessel se
inspiraron para su viaje a Norteamérica en el raíd de Aimé
Tschiffely con Gato y Mancha, que el suizo-inglés inició
en abril de 1925 en Buenos Aires y terminó 3 años después
en Washington.
Lo que sí destacan,
y en esto se muestran visionarios los Stoessel, es que se proponen señalar
rumbos para la futura Carretera Panamericana, que terminaría de
tomar forma definitiva recién en la década de los años
’40.
Con
un flamante Chevrolet ’28 con volante a la izquierda (algo inusual porque
en la Argentina se circulaba entonces por la izquierda y todos los autos
tenían dirección del lado derecho) inician el prolongado
periplo en su pueblo natal Arroyo Corto, entre Pigué y Coronel Suárez,
a las 8 horas del 15 de abril de 1928. Tras pasar por Buenos Aires, Rosario,
Córdoba, Santiago y Tucumán utilizando en buena parte caminos
de chacra ya que no existían carreteras ni rutas, llegan a Salta
el día 30 tras la primera gran empantanada de 23 horas, por las
lluvias.
Procuran llegar a Bolivia
por la Quebrada de Humahuaca, pero no pueden pasar por los aluviones en
Volcán. Prueban entonces con más éxito por la Quebrada
del Toro, donde los caminos eran excelentes pues eran los de servicio del
F. C. a Huaytiquina. Al pasar por las borateras de las Salinas Grandes
de Jujuy no ven ni rastros de huellas ni tampoco improntas de cubiertas
de auto. “Un indio que se hallaba sentado en la puerta de un miserable
rancho, no pudo informarnos, porque no sabía una palabra de español,
y no comprendió siquiera el alcance de nuestras preguntas a pesar
de nuestro gestos expresivos”, hasta que “por fin, lleno de júbilo,
Adán nos señala una huella de neumático sobre la tierra
blanda”, a lo que el indio les mostró las suelas de sus
ojotas hechas con un trozo de cubierta de automóvil.
En Bolivia pasan por Oruro,
La Paz y cruzan el Salar de Uyuni. Con enormes dificultades, debiendo abrir
huellas, llegan al Cuzco y arriban el 28 de agosto a Lima. En forma análoga
a Tschiffely, pasan períodos de hambre ya que los indígenas
se niegan a venderles animales, por lo que tienen que alimentarse a veces
de huevos. “No podíamos, naturalmente, dejarnos morir de hambre
en medio de la montaña, y era por eso necesario que echáramos
mano al revólver para exigir que nos vendiesen lo que pedíamos”.
Una violenta tempestad de nieve casi los hace morir en plena montaña.
En las sierras peruanas (como
en otros sitios también) se les acabó la gasolina y debieron
caminar varios días para procurarse combustible en bidones. Por
Huancacocha y Puquio deben abrirse camino a pico y pala, construir puentes
y pircar precarias sendas de faldeo; necesitan más de 20 días
para trasponer 36 leguas (180 kilómetros).
Ya en “el país donde
nunca llueve” arriban a Lima el 28 de agosto y se asombran por el gran
número de hijos del Celeste Imperio afincados allí (éstos
habían sido contratados para trabajar en la construcción
del F. C. Central del Perú). Se sorprenden que en los restoranes
chinos “no cotizaban el valor de los alimentos, sino que también
el de los platos que los contenían, cobrando diez céntimos
por plato liso, quince por uno rayado y 20 por los floreados.”
En Lima, empero, se les habían
agotado los fondos. Providencialmente actuaba en Lima por esos días
la compañía teatral y circense argentina de Segundo Pomar,
empresario que organizó una función a beneficio de los Stoessel.
En Lima se quedan muchas semanas, por falta de dinero y porque se enamoraron
de varias hermosas limeñas. Vivieron repetidos romances en varias
ciudades y por eso perdieron (o ganaron) mucho tiempo. A todo esto su mecánico
Carlos Díaz decide quedarse trabajando en la ciudad de los virreyes
por una excelente oferta laboral que recibió como jefe de un taller.
En los desiertos de arena
que en adelante debían atravesar, calzaron “neumáticos
de supermedida, reforzados y con la mitad de la presión normal para
no hundirse.”
Cerca
de Trujillo se encuentran en medio de la nada con un grupo de personas
“alrededor de una roca escuchando a un músico, barbudo y desarrapado
que tocaba guitarra y cantaba coplas. Descendimos del coche para ver, pero
de inmediato nos rodearon apuntándonos con las carabinas y pistolas
que llevaban entre sus ropas y reclamándonos perentoriamente la
entrega de todo cuanto llevábamos…y bajo la amenaza de media docena
de bocas de fuego nos obligaron a despojarnos incluso de nuestras ropas,
tal vez para evitarse la molestia de revisar los bolsillos”, dejándoles
magnánimamente el auto porque ninguno de los facinerosos sabía
manejar.
Luego de atravesar con muchas
peripecias Ecuador y Colombia cruzan y entrecruzan la gran sabana de Venezuela.
Se topan en un momento con indios salvajes (que se ven en la película)
que viven de la recolección y la caza. El veneno para las flechas
se prepara de esta forma: se recolectan los yuyos necesarios y se hierven
en una gran paila. Para verificar si la toxina ya alcanzó su punto,
se toma al más veterano de la tribu, y entre cuatro lo tienen de
bruces sobre la olla; si moría, el brebaje estaba a punto. Llegaron
a Caracas luego de once meses, y el 18 de mayo de 1929 a México,
donde les robaron el celuloide de la película, filme que después
se recuperó en forma parcial de copias que confeccionaron lo largo
del viaje, porque en muchas partes proyectaban sus aventuras para ganarse
la vida. La copia que sobrevive es una reconstrucción.
Entre los numerosos contratiempos
figura (y eso está documentado en la película-video) que
al cruzar un río, se quedaron atascados. De noche, el agua creció
y tapó el vehículo. Con paciencia desarmaron y secaron todo
y lo rearmaron.
Recordarían al final
“los caimanes del río Magdalena, las fiebres tropicales, los
mosquitos implacables, desiertos, lodazales, selvas, los bandoleros de
Trujillo, de Nicaragua y del Almorzadero, y las latas de conserva que fueron
nuestro menú cotidiano durante 15 jornadas mientras construíamos
una huella para poder proseguir.”
Estimaron haber gastado 6.000
galones de gasolina, lo cual parece mucho porque si recorrieron 32.000
kilómetros es evidentemente excesivo un consumo de casi un litro
x kilómetro. En cambio es probable que hayan deshecho 43 llantas
(cubiertas).
El 6 de mayo de 1930, tras
25 meses de viaje, llegaron a Nueva York. En Detroit la GM les hizo un
gran recibimiento, quedando su coche en el museo Chevrolet.
De Federico B. Kirbus,
especial para el UTaC Team. |