Reims,
El último
campo de batalla de Juan Manuel Fangio.
Una
cosa producida por el síndrome postvacacional de GUS.
I
Cuentan
los libros de Historia que tras cuatro años de sangrientos e intensísimos
combates los alemanes tuvieron que levantar la línea de defensa
y abandonar Verdún; pero es mentira. Siguen allí.
Tomando el desayuno en un
modesto hotel de Verdún solo escucho conversaciones en lengua bárbara
por las mesas de mi derredor; los coches de matrícula tedesca invaden
la ciudad y ni siquiera los japoneses se hacen notar de tanto germano como
abunda.
Por la entrada de la ciudad
subterránea llegan a la par un autobús cargado de jubilados
alemanes y otro lleno de jubilados anglosajones. Del Café sale un
grupo más de franceses veteranos. Se miran, se sonríen; mezclan
sus ruidosos bullicios respectivos en uno solo multilingüal mientras
entran en las trincheras. Que bueno que el tiempo pasó para bien,
pienso.
El alma vuela evocando los
dramas del pasado mientras abandono Verdún, como no, por la Vía
Sacra. Rememoro las imágenes de aquellos primitivos camiones abasteciendo
el frente por el mismo lugar que ahora transito, un único "glorioso
y heroico" hilo umbilical que salvó los ejércitos franceses
del desastre. Abandono la ciudad recordando imágenes y datos que
se agolpan (toda la visita fue así) en mi mente. Por un momento
el anuncio del Mcdonald de Verdún y un concesionario de la Seat
que aparecen al borde de la "sacra cuneta" me rompen el influjo, pero enseguida
recupero la ensoñación, el estado de animo, el trance o lo
que quiera que sea esta manera de sentirse.
La mañana está
fría mientras entro en lo que un cartel me dice son "Terrenos de
Argonne y Verdún. Campos de batalla 1914-1918" y los "recuerdo"
como paisaje lunar en blanco y negro castigados hasta la saciedad por los
morterazos de cuatro años de irracional y recíproco fanatismo.
Ahora los cruzo en una tranquilísima mañana de fin de semana.
Es muy temprano. Los bosques frondosos de altísimos árboles
han sustituido hace mucho tiempo los cráteres de los generales asesinos.
Allí, ahora, solo el sol pelea y triunfa sobre la bruma matinal
destapando toda una gama de tonos verdes por doquier. No hay estruendo
de explosivos sino trinos de pájaros y rumor de brisa suave sobre
la vegetación. La única nota discordante es el ronroneo de
mi vehículo que, símbolo de todo esto quizás, porta
matrícula alemana (de hecho se llama Fritz según asegura
su dueña) pero es un Renault.
Viejos campos de Batalla.
El tiempo pasó por fortuna y yo parto en busca de escenarios de
peleas más agradables de evocar. Entro a la Autopista de Metz rumbo
a París. La próxima aglomeración urbana en el camino
es la ciudad de Reims.
II
Las torres de la impresionante
catedral gótica de Reims me obligan a parar. Recorro sus fachadas
buscando a un viejo conocido; "el ángel de la catedral de Reims",
paradigma de la nueva tendencia artística que se imponía
al románico, con su característica "sonrisa arcaica" como
ejemplo de las nuevas ansias naturalistas del estilo. Tantas veces me lo
topé en clase de arte, en los famosos exámenes de diapositivas
de la facultad, que ahora tengo que ir a saludarlo. Cómo iba a dejar
de hacerlo.
Lo busco entonces, y efectivamente
allí está; como si detrás de la esquina fuera a surgir
de pronto el profesor Valdivieso dispuesto a asestarme otra vez más
una de sus famosas puñaladas verbales: "A ver, Morales, abrévieme
las características de la escultura gótica". Pero yo permanezco
tranquilo porque ahora está conmigo el viejo ángel de Reims
dispuesto a ayudarme ilustrando mi respuesta. "Hola, ángel", lo
saludo, "que bueno tenerte delante al fin"; pero él se limita a
sonreir "arcaicamente". Sigue sonriendo el tío después de
tantos siglos. ¿Qué sabrá él que nosotros no
sabemos?
III
A
la salida de Reims dejo la autopista y afronto la carretera N1 en dirección
a Soissons. "Debe ser por aquí, en algún lugar a mi izquierda",
me auto indico. Por estos campos el sol aún pierde la batalla contra
la fresca bruma norteña que apenas me deja ver unos cientos de metros
más allá, pero me pongo a buscar de todas formas.
La primera salida a la izquierda
que me decido a seguir termina pronto en algo así como una granja.
"Volvamos atrás, Fritz". La segunda, es una carretera estrecha sin
apenas cuneta que se prolonga en línea recta hasta perderse allá
adelante en el silencio matinal y la niebla que ahora ya empieza a disiparse.
Avanzo por esta recta lentamente,
siempre derecho, sin ni siquiera caer en la cuenta de que ya estoy en el
sitio al que quiero llegar. Incluso pienso "Joder, que recta más
larga" sin percatarme ni sospechar que no es "una recta" sino "la recta".
Pero
el despiste solo dura un instante más porque de pronto, el
borde de la ruta se abre en una gran cuneta plana y me muestra edificios
alargados flanqueando la calzada: una especie de torre de control semiderruida,
un extraño esqueleto de metal que ... ¿qué diablos
es?, unos edificios techados que cuajados de desconchones como signo inequívoco
de abandono, se prolongan hacia delante.... Paro el coche en esa especie
de cuneta ancha. Miro al otro lado de la carretera... y si: son graderíos.
Vuelvo la cabeza y me topo a mi derecha, justo a un palmo de mi nariz,
con un largo edificio abierto hacia delante, dividido en compartimentos
regulares con un pequeño muro separándolos del asfalto según
la vieja usanza de las antiguas instalaciones de este tipo. Y entonces
es un escalofrío intenso que recorriendo mi espina dorsal transforma
mi epidermis en pura piel de gallina el que padezco o disfruto cuando mi
pensamiento concluye, sin lugar a dudas: "Es aquí. Estoy parado
en la línea de boxes del circuito de Reims".
La bruma se va y aprovechándolo
miro hacia atrás, al sitio por donde he venido, y ahora sí
que lo reconozco: "La recta de meta. Es la interminable recta de meta de
Reims. Has venido por la mismísima recta que tantas veces has visto
en fotos y películas y ni siquiera te has dado cuenta, gilipoyas".
Hablo conmigo mismo, claro.
IV
Salgo
del coche. Lo recorro todo tocándolo incrédulo. Las tribunas
dominan el otro lado de la carretera. Una pequeña al principio;
una mayor y muy alargada después. Aun con síntomas evidentes
del largo olvido, las dos siguen enteras. Sus paredes conservan un estuco
claro, sucio y erosionado, las gradas de cemento desnudo muestran todavía
los números de cada asiento en pintura azul aun bien visible, los
frontales dejan adivinar aun lo que en otro tiempo fueron coloridos anuncios
de lubricantes, prensa deportiva o carburantes en tonos ahora desvaídos
y difuminados. La maleza invade los graderíos como en otro tiempo
lo hicieron los aficionados.
Otro tanto sucede a este
lado de la pista. La línea de boxes permanece deteriorada pero en
pie. Los distintos compartimentos se alinean casi intactos a ambos lados
del bloque central de Dirección de Carrera con su torre y gradas
altas aun erguidas. Los marcos metálicos de los ventanales todavía
están en su sitio. Pero todo está vacío.
Solo la vegetación
y la penumbra ocupan el espacio antes hiperpoblado y bullicioso, vibrante
y sonoro de los distintos stands.
Algún
coche aislado recorre la carretera. Vuelvo la vista al paso de uno de ellos.
Es un Mercedes color plata que "cruza la meta" a considerable velocidad.
¿Han sido imaginaciones mias? ¡que me aspen si no era Rudi
Caracciola quien iba al volante!.
No pienses tonterías,
no desvaríes; como diablos iba a ser... ¿y ese ruido de motor?
Viene de ese Box. Si allí detrás de los arbustos, en las
sombras....¡mil demonios aparecidos! Es el mecánico Zanardi
regulando la carburación del Alfeta haciendo un ruido de mil demonios
ante la atenta mirada de Fagioli y el doctor Farina. Incluso huelo perfectamente
el aceite de ricino que le meten en el depósito. ¿Pero como
puede ser? ¿cómo pueden estar aquí?¿Y esta
algarabía a mi alrededor?
Donde
antes había matorrales ahora hay un mar de público bullicioso,
lo que antes eran ramas agitadas por el viento son ahora brazos que enarbolan
sus sombreros y pañuelos al paso de los héroes.... ¿Y
los héroes? ¡Han venido todos! Allí enfrente Chirón
departe tranquilamente con Collins, Benoist y Rindt; apoyado en su
Bugatti, Dreyfus charla con Taruffi y Jim Clark que apoya el pie en su
superbajo Lotus. Sentados en el mureto Rodríguez, Lang y Brabham
observan al viejo Neubauer que imparte ordenes al ejército de mecánicos.
Seaman charla con Moss, hombres de Su Majestad en la corte de la estrella
de tres puntas, y Von Brauchitsch se ríe del ridículo cochecito
que Von Trips alinea en la parrilla: una cosita roja de litro y medio que
parece de juguete junto a su descomunal motor Mercedes. Wimille saluda
a su afición camino de su máquina azul con la famosa calandra
de herradura. También empujan sus bólidos por la pista hacia
la salida Castelloti, los dos Hill, Divo, Campari, Rosier, Ascari. ¡que
buena carrera va a ser esta!. Villoresi lo mira todo departiendo con el
público en compañía de Mclaren y el príncipe
Bira; y allí en la baranda está Musso con la mirada perdida.
Parece meditar. "No salgas a correr Luigi, por lo que más quieras
no salgas a correr", le grito. No parece haberme oído.
No
soy el único que grita. Ante las risas de Surtess y Chinetti, por
el Pit Lane viene corriendo hacia mí el mismísimo Etancelín
dando voces. Su gorra se le escapó por el viento. La cazo, se la
entrego. El se la pone con la visera del revés como siempre mientras
se percata de mi llavero con el emblema del cavallino rampante.
-Grazie tante- me dice.
- Prego.
Y los altavoces anuncian
el inicio de esta genial carrera y todos los motores rugen. Y alzo la vista
y allí viene bajando las escaleras el ínclito Charles Farroux
desplegando su bandera tricolor para el comienzo y su ajedrezada para el
final.
La
mañana avanza. Los coches pasan ahora con más asiduidad.
Alfas, Mercedes, Audi.
Unas veces parecen turismos
actuales, otros bólidos de otro tiempo... ¿quien va en cabeza?.
No sé. Yo hago fotos. Algún conductor cuyo rostro no reconozco
entre tantos familiares que están pasando se me queda mirando con
cara de extrañeza.
Casi puedo adivinar lo que
piensa: "¿que hará tan temprano este tío solo aquí
en medio?". Solo dice, cuando están Petulet y el Cabezón,
Varzi, Sommer, Bandini, Hawthorn, Brooks, Bonnier e incluso el gran Nuvolari....
Solo dice; en este bullicio de gentes curiosas, y periodistas, y mecánicos;
en este estruendo de Grandes Premios mezclados y en desarrollo....
Pero sí, un simple
soplo de la brisa en mi cara basta para borrar tanta imagen agolpada y
ahora que miro bien, todo está desierto y en ruinas. Ni siquiera
tengo que frotarme los ojos para que los espíritus desaparezcan
en un momento. Allí parado en medio de la línea de boxes
simplemente he debido experimentar una ensoñación del pasado,
o quizás ha sido una aparición múltiple de los fantasmas
que pueblan el lugar... como ese Maserati que ahora avanza hacia mí
y se para justo al lado. El piloto viene serio, baja del coche profundamente
exhausto y dice "se acabó". Y todos, fantasmas o no, asentimos con
una mueca de disgusto resignado, y yo digo: Si, lástima; pero fue
fantástico. Estuvo increíble campeón". Él entonces
me mira y me saluda:
-
Hola hombre del futuro. Me llegó el eco de que uno por fin puede
igualar mis logros.
- Solo tus números,
Chueco. Solo tus números.
Y monto en el pequeño
Renault y me alejo del pasado marchando por la interminable recta de meta
de Reims. Viejos campos de batalla ahora sumidos en la quietud matinal.
Ese tiempo, el implacable, el que pasó... solo esta huella agridulce
nos dejó.
UTaC
Team.