Había
una vez, en un lejano lugar del mundo, un poeta...
Don Alfredo se fue. El periodista,
el poeta. El era un científico capaz de demostrarnos que la lluvia
podía caer lentamente, como a desgano. Era un físico que
gracias a la teoría de la gravedad, nos explicaba como la topografía
de Nurburgring -del viejo Nurburg con sus 182 curvas- era capaz de trepar
y descender dando tumbos como borracha. Era un filosofo. El único
capaz de recordar el cumpleaños de la dignidad. Como si él,
por un momento, fuera una genial creación de Quino -quizás
uno de los compañeritos de Mafalda- y no un simple mortal que se
dedicaba al periodismo.
Pero era Don Alfredo. Como
un antiguo rey Egipcio, los trabajos que realizó fueron faraónicos.
Quizás con el tiempo se consideren las pirámides de
la literatura sobre el automovilismo deportivo argentino. Pero a diferencia
de los faraones, Don Alfredo era humano.
Algunos lo han criticado.
-Parga comete errores decían-, pero de la misma manera que Fangio,
en su trabajo era capaz de cometer errores con la cabeza, nunca con el
corazón.
Escribió durante toda
su vida sobre hombres que competían sobre automóviles, y
no sobre máquinas que luchaban entre si. Y fue él quien mejor
pudo diferenciar entre estas dos alternativas.
Era capaz de separar la
paja del trigo, valorando a los hombres por lo que realmente valían
y no por lo que ellos creían valer.
De su trabajo sobre la triste
guerra civil española, se puede subrayar exactamente lo mismo. Escribió
acerca del valor humano por sobre toda contienda.
Era mago y maestro. Era capaz
de despertar a los duendes de la velocidad con simples palabras mágicas.
Nos enseñaba como eran las carreras, los hombres, las máquinas..
La dura vida -si se quiere- del piloto. Utilizaba admirables recursos literarios
sin mezquinar, para poder mostrarnos a todos nosotros -simples ignorantes-
lo que sus ojos eran capaz de ver y gracias a el, llegábamos
mucho mas allá de lo que se podía observar. Con humildad.
De la misma manera que un maestro lo hace con su pupilo, con su alumno.
Porque cuando alguien lee
algo de Don Alfredo pasa a ser su pupilo. Es difícil que a
uno no le quede alguna enseñanza -o alguna moraleja- como en los
cuentos infantiles que nos leían de pequeños.
Pero sus ojos se cerraron.
Quizás, como símbolo
de toda esta sabiduría, el físico; el entrañable poeta
se fue. Y desde entonces, la pista quedo vacía...
UTaC
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